11 de marzo de 2010

Capítulo Veintisiete de "Asesinato en el Ampurdan"

27

La primera bala me pasó rozando la oreja derecha, pero no me giré y seguí corriendo como alma en pena. Gracias a la aburrida cinta de footing estaba en buena forma para la carrera, así que cuando oí la segunda detonación, ya me encontraba lejos.
Me había adentrado en un pequeño pinar que suponía iría a parar al mar. Sin dejar de correr y con las balas silbando cerca de mí, oía la voz de Miguel que decía que parase, pero a esas alturas yo no pensaba obedecerle. Estuve corriendo diez minutos seguidos, cuando tuve que parar. El corazón me salía por la boca y los pulmones estaban a punto de reventar.
El silencio era absoluto y sobrecogedor y con aquel dolor de cabeza, solo podía oír como retumbaba mi cerebro.
Llegué finalmente al mar. Las rocas eras lisas y descendían paulatinamente hacia el Mediterráneo. Solo tenía dos opciones: volver por donde había venido y encontrarme con mi futuro asesino o tirarme al agua. Obviamente me decanté por la segunda opción, bajé hasta donde pude para acercarme todo lo posible al mar, para que el impacto con el agua no fuera muy fuerte,  y me lancé.
Mientras entraba en el agua, me vino a la mente la canción de Joan Manel Serrat “Mediterráneo” pero esta vez creí que en vez de nacer, Serrat debiera haber cantado “y yo morí en el Mediterráneo”
Durante todo el trayecto de la caída al mar, el hundimiento en la profundidad y la posterior subida a la superficie, canté mentalmente esa maravillosa canción de Serrat.



Quizá porque mi niñez
sigue jugando en tu playa
y escondido tras las cañas
duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por dondequiera que vaya.
y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas
yo
que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno
que han vertido en ti cien pueblos
de Algeciras a Estambul,
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.

A la fuerza de desventuras
Tu alma es profunda y oscura.



A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino
soy cantor, soy embustero
me gusta el juego y el vino
tengo alma de marinero



Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo
Y te acercas y te vas
después de besar mi aldea
jugando con la marea
te vas pensando en volver
eres como una mujer
perfumadita de brea
que se añora y se quiere
que se conoce y se teme



Ay
Si un día para mi mal
viene a buscarme la parca,
empujad al mar mi barca
con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.



Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo
en la ladera de un monte
más alto que el horizonte
quiero tener buena vista
mi cuerpo será camino
le dará verde a los pinos
y amarillo a la genista
cerca del mar. Porque yo
nací en el Mediterráneo.
¡Que bonito poema como epitafio de mi muerte! Fueron mis últimos pensamientos.

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