8 de marzo de 2010

Capítulo Veintiséis de "Asesinato en el Ampurdan"

26


Aparqué en el descampado de en medio del pueblo y con el capazo en la mano me dirigí al mercado. Javier, que así se llamaba el policía, me seguía a dos metros y cada vez que yo me paraba, hacia un reconocimiento visual de todo mi alrededor. ¡Vaya coñazo llevar guardaespaldas! No entendía a la gente famosa todo el día con alguien vigilando sus espaldas. Prefería mil veces vivir en el anonimato y hacer lo que quisiera a cada paso de mi vida. Pero cuando volviera a ver a Pons, le diría que se dejara de tonterías y me dejara vivir como a mi me gustaba, en soledad.
Después de un buen rato de comprar verduras y pescado, el cesto estaba rebosante y las bolsas de comida pesaban un montón. Al menos le saqué partido al guardaespaldas. Cargó como una mula todas mis compras. El pobre hombre llevaba las dos manos llenas de paquetes. Estábamos llegando al descampado donde había dejado el coche, cuando de repente de atrás de una camioneta apareció Miguel. Llevaba un bate de béisbol en la mano y rápidamente  descargó de  golpe seco y fuerte en la cabeza del policía. El pobre hombre ni le había visto ni había podido reaccionar, cargado como iba con todas las bolsas de comida.
No pude ni supe que hacer. Me quedé paralizada. Miré a Miguel para decirle algo, pero de mi boca no salieron las palabras. Esta vez no hubo sonrisas ni besos. Sus ojos azules estaban fríos e inexpresivos. Sin pensar en nada más que en escapar, me di la vuelta e intenté correr, pero Miguel fue más rápido que yo, me cogió del pelo y tiró de él hasta que mi cara quedó a un dedo de la suya. En mi estómago noté una presión, bajé la vista y tenía apoyada una pistola con silenciador entre el hueco de mis pulmones.
-¿Qué coño haces?- mi voz sonaba asustada y enfadada a la vez.
-¡Cállate y sube al coche!-
El miedo había invadido todo mi cuerpo. En ese momento supe a ciencia cierta que Miguel había sido el asesino. Solo pensé en mi hija Paola y que ya no podría ir a Nueva York a ver su primer desfile como diseñadora. ¿Por qué no había hecho caso a Pons, y me había quedado tranquila y segura en mi casa? Después de estos dos pensamientos, mi mente quedó en blanco y mi cuerpo paralizado.
Miguel me empujó con violencia dentro de mi coche, me dio las llaves que había sacado de mi bolso y me hizo sentar en el asiento del conductor. El se sentó al lado, en el del copiloto y me clavó la pistola en el costado. Apretaba tan fuerte que pensé que me iba a romper una costilla.
-¡Arranca!- chilló.
-¿Por qué haces esto? ¿Qué pasa?-
-¡Arranca de una puta vez, joder, y cállate!-
Obedecí y puse el coche en marcha.
-¿A dónde vamos? ¡No podemos dejar al pobre hombre tirado en el suelo!-
-¡Que te calles, hostia!- y me pegó un bofetón. -Tú sal del pueblo dirección Gerona y ya te indicaré lo que tienes que hacer.-
Seguí sus instrucciones y me dirigí a la salida del pueblo. Después de quince minutos ya habíamos pasado La Bisbal y la pistola seguía empotrada en mis costillas. Como no tenía que darle conversación, me dediqué a pensar a ver que podía hacer para salvar el pellejo. Porque estaba segura que nada bueno quería hacer Miguel con mi cuerpo serrano.
Si el policía había despertado, y deseaba por su bien y el mío que así fuera, avisaría a Pons. Pero, ¿Qué iba a hacer Pons para salvarme? ¿Cómo iba a saber donde me encontraba?
Habíamos dejado hacia rato La Bisbal, cuando de repente Miguel me indicó que cogiera un camino que torcía a la derecha. No había visto ningún coche de policía y me estaba empezando a poner nerviosa. Conduje varios kilómetros por carreteras secundarias y después de un rato volvimos a salir a la carretera general. Ibamos dirección a Rosas. Yo quería hablarle y que me explicara el porque de todo aquello. Pero cada vez que intentaba abrir la boca, el me presionaba más fuerte con la pistola. Decidí callarme y concentrarme en la conducción. Esperaba que pasara algún coche de policía y de los Mossos de Escuadra, hacerles luces o cualquier infracción, para que me parasen y detuvieran a Miguel.
Pero ese día la Costa Brava estaba vacía. Parecía que todo el mundo se había puesto de acuerdo para no salir a la calle. Llegamos a Rosas y me hizo coger la carretera que lleva a Cala Montjoi. Al final de ésta se halla uno de los mejores restaurantes de España, “El Bulli” feudo del gran Ferran Adria. Adria era un ídolo para mí. Es uno de los mejores cocineros y más imaginativos de la historia de la cocina. Su constante imaginación le había llevado a descubrir nuevas técnicas culinarias y ponerlas en práctica de una manera magistral.
¿Y si Miguel me estaba gastando una broma y me quería invitar a comer al Bulli? Claro que entonces no habría pegado a Javier, el policía.
A mi mente vinieron recuerdos de otras estancias en el restaurante de Cala Montjoi. Había estado dos veces. Una con mi ex marido y otra con unas amigas. Esa segunda vez la recordaba muy bien. Hacía un par de años, Cristina y María se había alojado en el Paraíso Perdido y habíamos ido una noche a ver a Joan Manel Serrat a un concierto en el Castillo de Perelada. Cenamos en “El Bulli” y la cena fue memorable, ya que cada plato que nos sirvieron, era un sinfín de sabores, olores y sensaciones que calaban en nuestros cerebros y nuestros estómagos. Mientras conducía me acordaba de la espuma de pan con tomate y tortilla de patatas, de la crema de guisantes con la textura de calor y frío que me pareció lo más sensual que un cocinero puede preparar.
La carretera estaba llena de curvas, por lo que reduje la velocidad. El tiempo parecía detenido en aquellos parajes abruptos y áridos. Había rocas por todas partes y la carretera empezaba a bajar buscando el mar. Con una indicación de cabeza, Miguel me hizo girar a la derecha y nos adentramos en un camino estrecho y sin asfaltar. ¿Dónde me llevaba? Ahora ya estaba segura que no íbamos a una comida romántica a “El Bulli” ¿Se disponía a matarme y tirarme al mar en aquel paraje perdido?
Tenía que pensar y pasar a la acción. Ahora que la vida me iba bien, era feliz, el hotel empezaba a funcionar y había un hombre que parecía estar interesado en mí y yo en él, el cabrón de mi acompañante quería matarme. Tenía que improvisar y hacer algo para escaparme. Pero ¿Qué? Entonces me acordé de lo que llevaba en mi bolsillo del tejano. ¡Mi móvil! En pocos segundos mi cerebro empezó a trabajar. Ya sabía lo que iba a hacer.
-Miguel, por favor, ¿Puedo fumar?- le pregunté nerviosa.
-Si, pero no te distraigas. ¿Dónde tienes el tabaco?-me contestó con voz seca y cortante.
-En mi bolso-
Como este se hallaba en el asiento de atrás del coche, Miguel se giró para recogerlo. Se pasó la pistola a la otra mano, me la clavó en el cuello y con la izquierda recogió el bolso de la parte trasera. Mientras hacia este movimiento, saqué una mano del volante y la metí en el bolsillo del pantalón. Gracias que tenía el número de Pons programado en el número 7 del teclado y solo tuve que apretar, esperar y desear que el inspector oyera mi conversación.
-¡Toma!- y me pasó el cigarrillo encendido y luego él cogió otro.  -La última voluntad de los condenados- me soltó con sorna el muy gilipollas.
-Miguel, ¿Por qué me tienes secuestrada y a donde vamos por esta carretera de curvas? ¿Me vas a invitar a comer al “Bulli”?- le dije esperando que Pons estuviera escuchando la conversación.
-¡Que cojones estas diciendo! ¡Cállate y sigue hasta el acantilado!
-¿No pretenderás tirarme por ahí, verdad?- y ya no pude hablar más, porque me hizo parar el coche y me pegó un tortazo que me partió el labio.
Como no era tonto y mis preguntas habían sido bastante capciosas, temí que intuyera lo del móvil, así que volví a meter la mano en el bolsillo y cerré el teléfono. Como soy adicta a ese aparato, el teclado y las opciones más fáciles las sé hacer sin mirar,  por lo que cuando me cacheó y descubrió el teléfono en mi pantalón, no le dio mas importancia y lo tiró por la ventanilla.
Me hizo parar el coche justo en el borde del acantilado. Medio metro más y me precipitaría al vacío eterno.
-Y ahora querida Blanca, te vas a tomar una botella entera de whisky a mi salud y a la de Alejandra.-
-Gracias, pero no me gusta el whisky- le contesté sarcástica.
-Mira, Blanca, no te hagas la graciosa- y sin dejar de apuntarme con la pistola me hizo bajar del coche, abrió el maletero y sacó una botella de Johnny Walker, que había metido antes en el descampado del aparcamiento.
-Pero, ¿Qué pretendes? ¿Emborracharme?-
-¡Bingo! ¡Premio para la señorita! Te tomarás todo el whisky, te daré un golpe en la cabeza y te tiraré con el coche por el barranco. Así parecerá que conducías en estado de embriaguez, te saliste de la carretera y te mataste.
-Pero ¿Por qué?- le pregunté con lágrimas en los ojos.
-¡Está bien, te lo diré! Porque tú viste las botellas del veneno. Tú y Diego sois los únicos que podéis testificar en ese tema. El veneno estaba mezclado con el agua. Ahora, basta de explicaciones y empieza a beber.-
-Miguel, creo que tengo derecho a una explicación un poco más amplia ¿No te parece? ¿Era mentira todo lo que me dijiste? ¿Fingiste amarme?- le pregunté para ganar tiempo.
-Blanca, sigue bebiendo o te meteré la botella a la fuerza.-
Le di otro trago a la botella.
-¡Eres un poco ilusa! Como experiencia sexual ha sido fantástico, pero nada más. No te voy a negar que me gustas, pero sabes demasiado. Si no te hubieras fijados en las botellas azules, probablemente esto no pasaría. La mala suerte es que cuando yo iba a retirarlos, Diego me acompañó al bungalow y no pude hacerlo. Tuve que arriesgarme con Alejandra para que fuera ella quien las sacara, antes de que viniera la policía.-
-¡O sea que la mataste tú!-
-¡Pareces tonta! ¡Tanto leer novelas de detectives y no te ha servido para nada! ¡Claro que fui yo!- Miguel lo confesó con regodeo y satisfacción.- Como me caes bien te lo contaré rapidito si mientras sigues bebiendo el whisky. Cuando volvimos de la cena de Palamos, Tatiana ya se había tomado más de dos gramos de cocaína y no se cuanto vino y no sabía lo que hacía. Estaba completamente borracha y drogada. En la habitación le hice seguir la juerga, más droga y alcohol. ¡Que bebiera el agua con arsénico, fue lo más fácil de todo! ¡La muy cretina ni se enteró del gusto raro del agua envenenada! A esa hora Tatiana se podía haber bebido hasta el agua de los floreros. La dejé a eso de las dos de la mañana amorrada al “agua” ya que tenía mucha sed. Por eso no me llevé las botellas, ya que cuanto más bebiera mas se envenenaría y yo estaría lejos y con una coartada. Se estaba matando ella solita.- ¡bebe, Blanca o de voy a meter la botella hasta el cuello!- volvió a chillarme y ponerme la pistola en la cabeza.
-¡Joder, Miguel, que me cuesta mucho de pasar!- le contesté aterrada y el siguió con su relato:
-Pensaba sacar las botellas al día siguiente, cuando hiciera horas que Tatiana estuviese muerta y yo encontrase el cadáver, pero tú mandaste al chico a que me acompañara al bungalow y no pude hacerlo. Tuve que utilizar a Alejandra para que las sacara de la habitación y a García para que se las llevara del hotel.- Miguel cogió la botella que yo tenía en la mano y me la metió en la boca.- ¡Sigue bebiendo o no te cuento nada más.-
Hice lo que me ordenaba y volví a intentar tragarme el whisky. La mitad lo dejaba escurrir por la comisura de los labios, pero la verdad es que ya estaba empezando a notar los síntomas de un principio de estado etílico.
-Esa noche- Miguel cada vez estaba más confiado contando su asesinato- después de asegurarme que Tatiana había bebido la cantidad necesaria de veneno y dejarla con las botellas para que siguiera, me largué a Barcelona. Salí del Ampurdan a las 2 de la mañana y a las dos cuarenta y cinco estaba en el UP AND DOWN. Tatiana debía seguir bebiendo a esa hora y yo ya estaba en Barcelona con mi coartada perfecta. Me ocupé de entablar conversación con el camarero de la barra de la entrada del UP y le di una propina de cojones. Seguro que se acordaría de mí. Tatiana no moriría hasta al cabo de un buen rato y yo estaría rodeado de gente. Hasta me ligué a una putita rubia llamada Noemí que declaró a la policía haber estado conmigo.- Pero en lo que si has acertado es en que Alejandra me ayudó con las botellas. Engañó a Diego con lo del tabaco, entró en el bungalow y se llevó el bolso de Tatiana con las botellas dentro. Ese bolso de Hermès pasaba de una a otra. Alejandra siempre se lo pedía a Tatiana y al final se lo agenció. Mas tarde dio las botellas a García, que las metió en su coche y se largó antes de que llegara la policía.-
-O sea , que tú y Alejandra estabais conchabados.-
-Si, claro. Ella sabía que era la hija natural de Tatiana. Lo había descubierto hacía tiempo y odiaba a mi mujer por haberla abandonado. Lo planeamos juntos. Si Tatiana moría sin testar la fortuna sería parar a mí, pero si se arrepentía por haber abandonado a su hija y hacía un testamento a su favor, la fortuna iría a parar a Alejandra. La chica esta perdidamente enamorada de mí. Así que haría lo que yo le pidiera. Le he prometido matrimonio y una vida de lujo fuera de este país. La tengo rendida a mis pies.-
¡Que fatuos y vanidosos son los hombres! Siempre les gusta regodearse y pavonearse de las mujeres que sucumben a sus encantos.
-¿Y Fernando Blanchar? ¿Qué tenía que ver con todo esto?- le pregunté esperando que cuanto mas tardase en tirarme al barranco, mas probabilidades tenía de que me rescataran, si es que Pons había podido oír mi conversación a través del móvil.
-Mira que eres curiosa. Blanchar no tenía nada que ver. Lo conocimos en tu hotel. Pero cuando se enteró de que Alejandra iba a ser rica, se pegó a ella como una lapa. La muy tonta le confesó una noche en el hotel que Tatiana era su madre. Blanchar debió pensar que una vez muerta Tatiana, la niña heredaría todo. Quiso sacarle dinero a Alejandra. Además las sospechas cayeron sobre él y eso nos iba a las mil maravillas.- Miguel rió y me miró fijamente. –Eso es gracias a ti, que pensaste que Blanchar era el asesino.-
-Como Alejandra es medio boba, está muy buena, pero es tonta, quiso darme celos con Blanchar y se dejó acompañar a todas partes por él. Hasta que un día Blanchar escuchó una conversación de Alejandra conmigo. Hablábamos de las botellas de veneno. Blanchar ató cabos y destapó el pastel. Por si fuera poco, conocía a Manuel García de Lérida, y ¡eso ya es casualidad! Sospechó que era nuestro cómplice y quiso sacar tajada, tanto de mí como de Alejandra.-
-¡Que horror! ¡Tu lo mataste!-dije mientras me caían las lágrimas por los ojos y el alcohol por la boca.
-No tuve mas remedio que matarlo- continuó Miguel orgulloso del nuevo crimen.- También averiguó que yo me había cargado a García. Manuel se quiso pasar de listo y hacerme chantaje. En vez de deshacerse de las botellas con el veneno, las guardó para pedirme más dinero, el muy cabrón. Blanchar estaba cada vez mas cerca de descubrirnos.-
-¡Estas loco!- le dije aterrada- ¡No te importa nada toda la gente que has matado!
-No, no estoy loco. He estado loco al aguantar a la mimada de Tatiana durante tantos años. Se reía de mí. Yo no era nadie para ella porque no era rico. Todo el tiempo me pasaba por la cara que yo era una mierda, que era un desgraciado mantenido. Pero eso se acabó.- ¡Bebe!- me chilló otra vez.
Evidentemente de sorbito en sorbito no iba a acabar nunca, que es lo que yo pretendía, y a Miguel se le acabó la paciencia. Me cogió la cabeza y empujó la botella a mi boca y no soltó. El whisky se deslizó por mi garganta. Cuando ya me empezaba a faltar el aire, hice un movimiento brusco con la cabeza,  la presión de la mano de Miguel cedió y la botella cayó al suelo haciéndose añicos. Miguel se puso hecho una furia y volvió a pegarme un puñetazo. Esta vez fue mi nariz la que recibió el impacto de su mano y la sangre empezó a fluir por mis fosas nasales. Entre el sabor al alcohol, la sangre y las lágrimas que me habían saltado a consecuencia del golpe, tenía un coktail de sabores en mi garganta que ni el mejor de los barmans podía haber preparado. Me caí al suelo y vomité lo que había tragado.
-Bueno, ya me he cansado de gilipolleces, ahora no voy a tener más miramientos. Te voy a meter el alcohol a la fuerza, si te ahogas al beber me es igual, al fin y al cabo vas a morir ahogada en el mar.- Y se dirigió al maletero del coche en busca de una segunda botella de whisky.
En ese momento vi la oportunidad de escapar. Yo estaba en el suelo, apoyada en la parte frontal del coche. Mi estado era lastimoso y supongo que con la aparatosidad de la sangre y del vómito, Miguel pensó que me había dejado transpuesta. Pero aunque me notaba la cabeza a punto de estallar, logré levantarme sin hacer ruido y empecé a correr hacia unos árboles que había a unos diez metros.

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