5 de marzo de 2010

Capítulo Veinticinco de "Asesinato en el Ampurdan"





25

Con ayuda del jardinero, pasé dos días arreglando el jardín y el pequeño huerto. Las tomateras estaban rebosantes de tomates y pensaba hacer unas ensaladas de tomate con cebolla tierna y ventresca de atún, aliñada con aceite de Módena,  pues era un plato que siempre gustaba a todo el mundo. Además de tomates, tenía plantadas cebollas, lechugas, espinacas y hierbas aromáticas.
Eran las ocho de la tarde y estaba recogiendo un poco de albahaca, cuando oí un coche que se acercaba por el sendero de la entrada al hotel. Era Pons. Bajó del coche, se acercó  y me dio un par de besos castos en las mejillas. Nos fuimos a la biblioteca y le ofrecí una copa. Como estaba muy contenta de volver a verle, descorché una botella de cava, el III Lustros de Gramona, que un poco mas se me atraganta, cuando me preguntó:
-Blanca, ¿Sabes donde está Miguel Martí? ¿Sabes algo de él? ¿Te ha llamado últimamente?- parecía preocupado.
-No, hace como una semana que no se nada de él. Un día llamó, se puso Manuela pero yo no estaba y no volví a saber nada de él. ¿Por qué, que pasa?- le pregunté preocupada.
-Pasan cosas raras. El señor Martí ha puesto la tienda y su casa en venta, además, vaya casualidad, y ya te dije que no creo en las casualidades, la señorita Alejandra también tiene en venta la casa de Tatiana de Avenida Pearson. Aún no se ha dispuesto legalmente la herencia de su madre y ya la quiere vender. No me gusta nada todo el asunto. No se donde están ninguno de los dos. Alejandra se nos escapó de la vigilancia a la que la teníamos sometida. Por si fuera poco, el Juez que instruye el caso, no ve pruebas suficientes para detenerlos, por lo que andan sueltos vete a saber donde.-
-Pero Juan, tampoco es para detenerlos porque se quieran vender sus casas.- le dije con un poco de ironía.
-Mira Blanca, tengo mis razones para pensar mal de esos dos. Pero no he venido para hablar del caso. La verdad, es que tenía ganas de verte y me gustaría invitarte a cenar. ¿Puedes?
-¡Si, claro me encantará! Déjame diez minutos, me ducho y nos vamos.-
Los diez minutos se convirtieron en media hora. De mi armario salieron volando camisetas, blusas y pantalones. Como entrase Juan en ese momento pensaría que soy una desordenada. Al final me decidí por un tejano de moda y una sencilla camisa blanca bastante escotada. Me puse unos pendientes de bolitas de colores y me pinté un poco más que de costumbre, que era nada. Llamé por el interfono a Manuela para decirle que me iba a cenar fuera y para que me hiciera el favor de recogerme la ropa, que yo no tenía tiempo.
Cuando bajé, Juan seguía en la biblioteca hojeando un libro. Me miró y vi admiración y deseo en su mirada.
Cenamos en un pequeño restaurante de Peratallada y luego fuimos al Hotel Batlle de Calella de Palafrugell a tomar un “Cremat” En el siglo XIX, muchos catalanes partieron a Cuba para “Hacer las Américas”. A su regreso, las gentes, la música y el ron pasaron a formar parte de su cultura y de sus recuerdos de allende los mares. En las noches de temporal, los pescadores se reunían en las tabernas y componían canciones recordando todo lo que dejaron atrás, mientras bebían una bebida a base de ron, aguardiente de caña, cáscara de limón, canela, granos de café y azúcar, que una vez flameado calentaba los cuerpos y sus espíritus. Esas canciones se llamaron “Habaneras” y eran fruto de la nostalgia, con fusión de la música cubana y la letra de los marineros emigrados.
Juan sabía del “Cremat” y su tradición, pero nunca lo había probado. Regresamos al hotel contentos y achispados. Al entrar en recepción me cogió del brazo y dijo:
-¿Te apetece una copa?-
Me cogió por sorpresa y le dije que no, que estaba cansada, que ya había bebido mucho y me iba a la cama. Mientras decía esto, su mirada estaba distinta. Emanaba sexualidad y deseo. De repente, todo el cansancio acumulado de la jornada se desvaneció y sentí una ansiedad subiéndome por las piernas. El corazón me latía como si hubiera corrido los cien metros libres.  Y el deseo fue más fuerte que la prudencia. Le cogí la mano y lo llevé a mi habitación. (Suerte que había echo recoger todas mis prendas de ropa a Manuela) Sin encender ninguna luz y solo con la de la luna que entraba por la ventana, pude ver sus facciones duras y tiernas a la vez.
Se acercó y me besó con apremio, sin apenas dejarme respirar. Nuestros cuerpos se movieron a semejanza de un coito y cuando la pasión estaba a tope, nos desnudamos arrancándonos la ropa, sin dejar de besarnos. No dijimos una palabra hasta que nos sumimos en el olvido, después del acto supremo. En ese momento lo único que pensé es que mas vale arrepentirse de lo que se ha hecho que de lo que no se ha hecho.
Nos quedamos dormidos profundamente y ya no desperté hasta que llegó el nuevo día.
No sé muy bien porque, pero al saltar de la cama tuve una extraña sensación. Pons no estaba a mi lado. Había dejado una nota diciendo que luego me llamaría que debía estar a primera hora en Barcelona para un asunto importante. Me molestó que no se hubiera despedido, pero quizá no quería despertarme. No me tildo de romántica, pero después de lo pasado la noche anterior, deseaba despertarme a su lado.
No quería ser un polvo de una noche. Mis sentimientos hacía Juan se habían hecho más profundos. Claro que también había pensado lo mismo de Miguel.
Para no tener que pensar en esos dos hombres, subí al gimnasio y me machaqué en la cinta de footing, que era la mejor manera de cansar mi cuerpo y mi mente. (Lo encuentro soberanamente aburrido)
Una vez duchada y vestida, bajé a la cocina. Entre el ejercicio en la cama la noche anterior y el de la mañana en el gimnasio, estaba muerta de hambre. Le dije a Manuela que ya no aguantaba más sin salir del hotel. Que me iba al mercado a comprar pescado y otras cosas que faltaban.
-Pero niña, tu amigo el inspector te ha dicho que sobre todo no salgas del hotel- Me lo ha recalcado tres veces esta mañana cuando se ha ido.- dijo Manuela que parecía conchabada con Pons.
-Mira Manuela, el inspector no tiene ni puñetera idea de cómo se lleva un hotel.  ¡Tengo que salir a comprar! Para que os quedéis más tranquilos, tú y el inspector, le diré a unos de los policías que ha dejado, que me acompañe.- le respondí suavizando mi tono de voz al verla seriamente preocupada.
-Además, ¿Qué quieres que me pase, si el principal sospechoso, Fernando Blanchar, está muerto?-
Después de unas cuantas protestas más por parte de Manuela de intentar disuadirme de que no fuera al mercado, tuvo que rendirse a mi natural tozudez.
Llamé al policía y le comenté que tenía que salir a comprar y que por favor me acompañase al  mercado. El pobre hombre no sabía que cara poner. Sus instrucciones eran de no dejarme salir para nada. Consultó con el otro policía que estaba en el jardín y aún quedó más dubitativo.
-Lo siento, señora, pero nuestras órdenes son de custodiarla dentro del hotel.- me dijo con voz apesadumbrada.
-¡Miren, Ustedes no pueden impedirme que salga de mi casa y haba lo que quiera! ¡Yo no soy una prisionera!- mi voz estaba empezando a perder la calma. -¡Hagan el favor de llamar al inspector Juan Pons y comentarle que van a acompañarme, porque sino me iré sola y ustedes no van a impedírmelo!- Los pobres policías estaban realmente asustados. No sabían que hacer y se miraban el uno al otro.
-¡Venga, hagan esa llamada, no tengo todo el día!- dije ya habiendo agotado mi paciencia.
-Está bien, mi compañero irá dentro a llamar al inspector. Espere un momento, a que nos de las órdenes pertinentes.-contestó el pobre policía que debió de pensar en que vaya mal carácter tenía la amiguita del inspector.
Cuando regresó el otro policía de su charla por teléfono con Pons, dijo:
-El inspector le ha dado permiso para salir. Pero irá con uno de nosotros y no se separará ni un momento de él.- me dijo el policía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails