2 de marzo de 2010

Capítulo Veinticuatro de "Asesinato en el Ampurdan"

24


Sobre las dos del mediodía, Pons regresó al hotel. Me apetecía  estar con él un rato más y seguir hablando. Le invité a comer.
-Lo siento Blanca, pero no va a poder ser. Esta mañana han encontrado a Fernando Blanchar muerto con un tiro en el pecho, en los lavabos de un bar en Lérida. Aún no sabemos que ha pasado. Me voy hacia allí. Seguirás con la vigilancia en el hotel hasta que yo vuelva. Ya te llamaré.- me dio un beso y se fue a toda prisa hacia Lérida.
Me quedé horrorizada. ¡Blanchar muerto! Lo primero que se me ocurrió fue llamar a Miguel para contárselo, pero no lo encontré en el móvil y en su tienda me dijeron que estaba de viaje. Seguro que pensaba venir a verme por sorpresa según lo que deducía de lo que me había dicho Manuela.
Pero no supe nada de nadie. Pons no volvió a llamarme en todo el día y Miguel brillaba por su ausencia. Esa tarde había llovido a raudales en el Ampurdan, pero la lluvia había cesado y el cielo se despejó de las nubes que lo cubrían y el ambiente olía a hierba mojada. Salí al aire de la noche. La temperatura había bajado y en el jardín se estaba realmente bien. Fui a pasear con un policía siguiéndome a cinco metros. Necesitaba pensar. Yo había creído que Blanchar era in instigador de toda la trama criminal. Quizá ayudado por Alejandra, pero ahora estaba muerto. No sabía si le habían asesinado por algo relacionado con el caso o por cualquier otra cosa. Pero lo que estaba claro es que Alejandra se quedaba ahora con todo el dinero. Además no creía que la mente de Alejandra pudiera tramar un plan tan rebuscado para asesinar a Tatiana. Según Pons, ella no estaba en el Ampurdan cuando quisieron arrollar a Diego, por lo que Manuel García iba con otra persona que no era ella. Alejandra era muy mona pero mentalmente no era ninguna lumbrera. Por lo poco que ya había visto era miedosa e histérica, con lo que no creía que encajase en el perfil de un asesino frío y calculador, que es como me había descrito Pons, al supuesto asesino.
Cansada de mi paseo por el jardín con un guardaespaldas pisándome los talones, entré en la cocina y me preparé un sándwich de lechuga, tomate y atún con un poco de mayonesa y una cola light y  me fui a la cama.
Siempre me había gustado estar sola en mi habitación, con un montón de revistas o libros, la tele y un buen bocata. Cuando estaba casada, Alberto mi ex marido, no me dejaba ni leer, ni fumar ni mucho menos comer en el lecho de amor. Pero esa noche no pude disfrutar de mi pequeño placer. Después de mordisquear el bocadillo, lo dejé sin gana y apagué la luz para intentar dormir.  Pero como otras veces llegaron los demonios que me asaltan por la noche de cuando en cuando. ¿Quién quería hacerme daño? ¿Estaba realmente protegida por dos policías noveles que seguramente dormirían en ese momento mejor que yo?
En la negra agitación de mis sueños oí un ruido. Como estaba somnolienta mis ojos seguían cerrados y mi cuerpo pesaba cinco veces más de lo normal. Al cabo de un rato pude desperezarme y bajar de la cama. Eran las tres de la mañana y me parecía haber oído pasos. No soy nada miedosa, pero esa noche me entró un ataque de pánico. Intenté pensar con calma. Las puertas del hotel estaban cerradas. Había dos policías haciendo guardia. Miré por la ventana y solo la noche oscura me devolvió su imagen. Comprobé que las ventanas y la puerta de mi habitación estuvieran cerradas y volví a la cama. Casi nunca tomo pastillas para dormir, pero esa noche las necesitaba. Abrí el cajón de la mesita de noche y me tragué una dormilona. Al cabo de un rato mi cuerpo se empezó a relajar. Ya no volví a oír ningún ruido hasta que Manuela, al día siguiente, aporreó la puerta.
-¡Blanca! ¡Que son las diez! Tienes al policía ese amigo tuyo, esperándote.-
Como estaba completamente atontada, aún con el efecto del somnífero, me di una ducha de agua fría y me vestí con lo primero que pillé en el armario. Con el pelo completamente mojado y la cara abotargada por el sueño, bajé a oír las últimas noticias que traía Pons.
-Buenos días, Blanca, ¿Te encuentras bien?- me preguntó Juan preocupado, supongo al ver mi cara.
-Si, si, estoy bien. Es que ayer me costó dormir y esta mañana se me han pegado las sábanas. Creí oír ruidos y tuve miedo. Gracias que me habías puesto a los policías.-
-¿Qué oíste? ¿Qué clase de ruidos y a que hora?- Pons estaba preocupado.
-No lo se. Quizá fuera un gato. Sobre las tres, más o menos. Pero tampoco me hagas mucho caso, debo estar algo histérica con todas estas muertes. ¿Qué has averiguado de la muerte de Blanchar?-
-Me acaban de dar el resultado de la autopsia. Ha muerto de un disparo en el corazón. Algo muy limpio. Han usado silenciador.-
-¿Y donde lo han encontrado?
-Estaba en los lavabos de un bar de Lérida. Nos avisó el dueño del bar. Se lo encontró la mujer de la limpieza cuando limpiaba los aseos. Ella entró a las siete de la mañana, hizo primero el salón del bar y luego por último los lavabos. La pobre mujer se ha pegado un susto de muerte. El dueño del bar ha declarado que cuando cerró la noche anterior no se fijó si había alguien en el lavabo. Creía recordar a Blanchar de estar con otro hombre tomándose unas copas. Pagaron la cuenta, pero ya no se fijó en que momento se fueron. La mesa quedó libre sobre las dos y media de la madrugada. El bar cierra a las tres y esa noche estaba muy concurrido.-
-¿Y no sabe como era el otro hombre que iba con Blanchar?- pregunté.
-No, no se fijó, pero el dueño no fue quien sirvió la mesa. Hemos interrogado a la camarera y cree recordar a los dos hombres. Del que no era Blanchar, solo nos ha dicho que era de estatura normal, delgado, pero no flaco, moreno y llevaba gafas de sol. Pero esa descripción puede corresponder a la mitad de la población española. Así que no sirve de mucho. También llevaba una gorra con visera de esas, tipo béisbol, por lo que la chica no pudo verle bien la cara.-
-A lo mejor no tiene nada que ver la muerte de Blanchar con el caso de Tatiana. ¿No? Puede ser un ajuste de cuentas o algo relacionado con la discoteca donde trabajaba.- comenté como si fuera la experta del departamento de investigación del FBI.
-Si, puede ser, pero yo no creo en las casualidades. Ahora me tengo que ir a Barcelona a la Comisaría. Se me “acumula la feina” De todas maneras los policías seguirán vigilándote. No voy a bajar la guardia a estas alturas. He reforzado la vigilancia. He puesto turnos de tres policías cada ocho horas.-
-Pero, Juan, ¿Tu crees necesaria tanta vigilancia, ahora que Blanchar está muerto?
-Precisamente ahora es cuando mas la necesitas. La teoría de que él, junto con Alejandra era el asesino es tuya, no mía. Como no sabemos quien lo ha matado, la principal sospechosa es Alejandra. Pero me da en la nariz, que ella es incapaz de matar o de elaborar un plan tan rocambolesco.  Además ella no puede haber matado a Blanchar. En el momento de la muerte de Fernando ella se encontraba en Madrid. Tiene una buena coartada. De todas maneras algo tiene que ver con la desaparición de las botellas azules. Voy a citarla otra vez y apretarle las tuercas. Bueno Blanca, he de irme.- noté que no le apetecía dejarme.
-Juan, me gustaría que te quedaras- mi voz salió de mi garganta melodiosa y suplicante.
-Ahora no puedo, pero no te preocupes. Mis hombres saben hacer su trabajo. Estas protegida, pero no salgas del hotel sin uno de ellos. Los otros que se queden aquí. Ahora les doy la orden de acompañarte.-
-No lo decía por eso, me apetecía que te quedaras.- y de di un beso en los labios con toda la ternura posible. Se preocupaba por mí. Quizá y no era consciente del peligro que me acechaba, pero me llegó al corazón que un poli tan duro y bregado en temas violentos, pensara en mi seguridad y me mirase como solo una mujer sabe cuando gusta a un hombre.
Era consciente de que las emociones no tienen sentido pero desde luego las mías mucho menos. ¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Por qué de repente me había olvidado de Miguel y pensaba cada vez más en Pons? Me había pasado un montón de años sin ningún hombre que me hiciera tilín y ahora de repente tenía dos. Era una sensación que me disgustaba. Quizá a otra mujer el ego se le hubiera subido, pero a mí, no. Soy extremadamente monógama y mis sentimientos no daban para dos amantes. Claro que estaba haciendo suposiciones con respecto a Pons, ya que lo único que me había brindado hasta el momento, era su amistad, pero mi sexto sentido me decía que yo le gustaba.
Volví a llamar a Miguel y seguí sin respuesta. ¿Dónde se había metido? ¿Por qué no me llamaba? Aparqué mis pensamientos y me dediqué al trabajo. El fin de semana iba a tener el hotel al completo. Además venía una periodista especializada en crítica gastronómica, que estaba escribiendo un libro sobre restaurantes del Ampurdan. Dependía de nuestro buen arte en la cocina, para que saliera una reseña del hotel en su libro. Eso me daría publicidad y me hacía ilusión.
Los siguientes días los pasé con Manuela y Laura poniéndolo  todo a punto. Llamé una tarde a Pons, estuvo muy simpático, pero como tenía mucho trabajo, casi no pudimos hablar. Me comentó que ya vendría un día a verme y de momento seguía con la vigilancia en el hotel. De Miguel como si se lo hubiera tragado la tierra. Pensé que me importaría más de lo que realmente me importó. La verdad, me daba lo mismo no saber nada de él. Tuve el presentimiento que algo raro pasaba con él, pero no sabía muy bien lo que era. Quizá se había ido con otra. Mi instinto me decía que Miguel me había mentido en cuanto a sus sentimientos. Admito que ese sexto sentido tiene poca base científica, pero ahí estaba, machacándome el cerebro.

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