11 de noviembre de 2009

Cuarto Capítulo de "Asesinato en el Ampurdan" y Receta de Patatas rellenas de foie


A la mañana siguiente, después de desayunar con Manuela y leer la prensa, aparecieron los primeros huéspedes.
El primero en llegar fue Fernando Blanchar. Nada más verlo, me dio mala espina. Era alto y delgado, con músculos de gimnasio y de una belleza demasiado perfecta para mi gusto. Tenía unos ojos azul grisáceo, que eran tan fríos como el acero y me produjeron un escalofrío nada mas mirarle. Iba arreglado como un dandy y demasiado sofisticado para venir a una masia en el campo.
-¡Buenos Días Señorita! Tengo una reserva para la suite. Me llamo Fernando Blanchar.
-¡Buenos Días, Sr. Blanchar!- Le contesté. –Diego, acompaña por favor al Sr. Blanchar a la suite.-
Diego, un chico estupendo que me había presentado mi hija, estaba contratado como “concierge”, chofer y chico para todo, le acompañó hasta su habitación con aquella simpatía que le caracteriza y que logra conquistar a todos los clientes nada mas llegar al hotel.

Al cabo de pocos minutos bajó Diego y me dijo:
-Blanca, este tío es más raro que un perro verde. Nada más entrar en la suite a empezado a mirar todos los rincones, debajo de la cama, los cajones y hasta debajo de las lámparas. Me parece que es un maniático de la limpieza o sufre manías raras. Además no ha hecho ni caso al champagne ni a la bandeja de frutas y encima no me ha dado ni un mísero euro de propina.
-Bueno, Diego, ni caso. Ya sabes que hay gente muy rara por el mundo- le  contesté sin dar mas importancia. Aunque me repateó que un cliente que va a una suite no dé la mínima propina.
Los segundos huéspedes en llegar fueron los Martí, Miguel y Tatiana. El, de unos 35 años, moreno con ojos azules, no muy alto y más flaco, pero fuerte. Enseguida supe que ese hombre me gustaba. Tenía una mirada cálida. La mujer en cambio, debía tener 50 años, pero con las múltiples operaciones estéticas, aparentaba 30. Era rubia, increíblemente flaca, rozando la anorexia y de una belleza muy anglosajona. Iba perfectamente vestida, con un conjunto caqui de Armani que le sentaba a las mil maravillas. Llevaba la voz cantante y fue quien me dio su American Express para las futuras facturas en el hotel.
Diego les acompañó a su habitación y yo me quedé en la recepción con una sensación de “Dejà vù”. Era la primera vez que veía a esa mujer, pero me pareció haberla visto en alguna otra parte. Quizá al pertenecer a la jet set, la había visto en alguna revista del corazón.
Al cabo de una hora y para mi sorpresa, apareció el tercer huésped. Si mi memoria no fallaba, era la chica que se había sentado a mi lado en el bar, el día anterior en el mercado de Palafrugell. Llevaba unos tejanos muy ajustados, muy bajos de cintura y una camiseta completamente ceñida al cuerpo, que marcaba su perfecta silueta. El bolso que llevaba era distinto  que el del otro día. Este era un modelo de Hermés, enorme, que siempre me había gustado, pero que jamás me podría comprar.
-¡Hola! Soy Alejandra Jiménez. La señora Tatiana Martí ha hecho una reserva a mi nombre.-
-Buenos Días, señorita Jiménez. Si, efectivamente. Tiene el bungalow de al lado de los Sres. Martí. El chico la acompañará inmediatamente. ¿Sus maletas?- le pregunté.
-No las he traído, las enviaran desde el aeropuerto de Barcelona, ya que he llegado esta mañana desde Madrid y las maletas se han perdido. Como no me apetecía esperar he cogido un taxi para venir directamente aquí. Me han dicho en Iberia que llegarán en el próximo puente aéreo y las enviarán directamente al hotel esta noche. Supongo que Tatiana me dejará algo para ponerme.-
Mientras Diego acompañaba a Alejandra a su habitación, yo me preguntaba porque me había mentido. Yo la había visto el día anterior en el mercado con una maleta y otra ropa. Con esa duda en la cabeza, me dirigí a mi despacho a abrir fichas de mis nuevos clientes.
A media tarde llegó el matrimonio de Madrid, los Segura. 
Los alojé en el bungalow más apartado de los otros y les obsequié con una caja de trufas y una botella de cava por sus 45 años de casados. Era bonito conocer a personas que habían pasado media vida juntos y aún se querían y lo celebraban. Eso me daba una envidia sana, pero envidia al fin. Yo no lo había conseguido. Como todos mis huéspedes se quedaban a cenar, dejé mis pensamientos particulares y bajé a la cocina a ayudar a Manuela para la cena.
Si nadie me pedía nada especial, tenía organizado tanto para la comida como para la cena unos menús que se cambiaban cada día, y consistían en tres primeros y tres segundos a escoger. La carta de postres era mas variada, ya que Manuela es experta en repostería y además habíamos contratado a una chica, Laura, recién salida de la escuela de hosteleria de Les Roches, Suiza. Como Laura estaba en período de prácticas, era bastante manejable por Manuela, que a pesar de no haber estudiado nunca, sabía más de pasteles que el propio Escrivá de Barcelona.
Esa noche el menú consistía en pisto, crema de calabacín o huevos estrellados (copia de casa Lucio de Madrid) y lenguado meunière, costillas de cabrito o patatas rellenas de foie con vinagreta de trufa.
Nada más comenzar la cena, Tatiana y Alejandra empezaron a poner problemas. Tatiana permanentemente de régimen a pesar de su delgadez, solo quiso lechuga y en cambio Alejandra se quedó con hambre y me pidió dos raciones de huevos estrellados.
Miguel, el marido de Tatiana, se comió el pisto y me felicitó por lo bueno que estaba. Detalle que hizo que aún me cayera mejor.
Después de cenar, el matrimonio Segura se retiró a su habitación y los demás se fueron al salón-bar-biblioteca, donde Diego y Laura estaban sirviendo copas.
Yo me sentía especialmente orgulloso de esa habitación de la masia. Tiene un techo abovedado y en tres de las cuatro paredes las estanterías con libros eran la principal decoración. En la otra pared junto a la puerta, está el bar. Es una pieza de coleccionista, que había encontrado en un anticuario de la zona. En medio de la sala, los cómodos sofás invitaban a la lectura y a la charla. La chimenea inglesa era otra de mis adquisiciones en los anticuarios. La había comprado en los anticuarios de Londres y había pertenecido según el vendedor, a un antiguo castillo escocés. Es de mármol rosa y tal alta como una persona. Con todos esos elementos, la biblioteca se había convertido el punto favorito de mis clientes.
Los huéspedes pueden coger los libros que  quieran mientras están alojados en mi hotel. Generalmente no acaban la lectura y me piden si pueden llevárselo a sus casas. Yo se lo regalo y en el interior de la solapa pongo el membrete “Biblioteca del Paraíso Perdido” Siempre será una publicidad para cuando alguien vuelva a abrir el libro. Con este sistema, una vez al mes voy a Barcelona y me paso por el Fnac y compro los libros que hay que reponer.
Esa noche, sentadas en el sofá junto a la chimenea, estaban Tatiana y Alejandra, que no paraban de hablar, reír y tomar copas. Cada dos por tres se iban juntas al lavabo, lo cual me pareció una actitud un poco sospechosa. El Sr. Martí estaba en un sofá de la esquina mirando a la piscina con un libro de la biblioteca en la mano. En la otra sostenía una copa de coñac.
Fernando Blanchar, sentado junto a las dos mujeres, parecía como si quisiera entablar conversación con ellas. Así que como buena anfitriona, le presenté al Sr. Blanchar. Enseguida pasaron de mí y los tres de pusieron a hablar y a seguir su juerga particular sin contar con Miguel, el marido de Tatiana. Como vi que estaba un poco solo y aburrido y me apetecía conocerle, me senté a su lado.
-Buenos noches, señor Martí. ¿Quiere un poco más de coñac? Le sugerí.
-Si, gracias. Está buenísimo.
Cogí la botella del bar y le serví una generosa ración.
-Veo que está leyendo a Patricia Corwell- le comenté mientras le rellenaba la copa con una generosa ración.
-Si me encanta- me contestó. –Soy un fan de la doctora Kay Scarpetta y este libro no lo había leído. Tienes una buena biblioteca y por favor tutéame.-
-Gracias,- le dije un poco azorada. Soy Blanca Spinola y espero que estéis a gusto en mi hotel.-
Estuvimos un buen rato hablando de libros y finalmente le di las buenas noches y me fui a mi habitación. Tenía que pensar. Ese hombre me atraía de una manera especial. Era de una belleza salvaje y extraña y me recordaba un poco a mi ex marido. Desde mi divorcio había tonteado con muchos hombres, algunos de una noche, otros de algunos meses, pero nada importante. Sin embargo, ese hombre tenía algo especial que hizo que ya en mi cama, mi último pensamiento antes de dormirme fuera para él.

1 comentario:

  1. No me aguanto a leer el resto! Es la 3ª vez que leo y libro y no me canso!

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