16 de noviembre de 2009

Capítulo Sexto de "Asesinato en el Ampurdan" y Receta de Paella

Capítulos anteriores:
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Quería dormirme, pero el sonido de fondo de la música del bungalow me impedía conciliar el sueño. Ya no miré más el reloj, pero por las vueltas que dí en mi cama, mis ojos se debieron de cerrar una hora después. A las ocho de la mañana me desperté con el pensamiento de bajar y ayudar a Manuela en la preparación del desayuno. Mientras apartaba el edredón de mi cama, miré por la ventana. Sol, cielo despejado y quizá unos 20 o 22 grados de temperatura. Me volví a echar y durante 5 minutos me quedé con los ojos cerrados pensando que ojalá fuera invierno, no hubiera nadie en el hotel y pudiera quedarme un rato más haciendo el vago. Ya totalmente despierta, me duché y me dirigí a la cocina.


-Buenos días, niña. ¡Que tarde que andas hoy! ¿Te pasa algo?- me preguntó Manuela.
-No, Manuela, no me pasa nada. Pero ayer en el bungalow de los Martí, no paró la juerga y la música. Desde mi habitación  se les oía y he tardado mucho en dormirme y no tengo el cuerpo muy católico. ¡No se que me pasa!
-¿No será que hay un señor en este hotel que te hace tilín?-
-¡Anda ya, Manuela, pero que dices! Miguel me cae simpático, pero nada más. Además está casado y ya sabes que yo a los casados ni tocarlos. No quiero malos rollos.-
-Mira niña, te conozco desde pequeña y he vivido casi todas tus historias de amor. Tienes la mirada alelada igualita que cuando estabas tonteando de joven con tu marido. A mi no me la das.
-Bueno, ya basta Manuela- le contesté algo irritada. –Dime que quieres que haga. ¿Te ayudo a preparar los brioches?
-No, gracias niña, es mejor que te vayas a otra parte. Para trabajar en mi cocina se ha de estar con los cinco sentidos puestos en lo que se hace y tú no tienes el día. Te saldría la pasta chichurria. Vete a ver a Diego que ha bajado a buscarte. No sé que quería decirte. -
-Vale, Manuela, me voy, pero luego vuelvo a ayudarte a preparar la comida.-
Con un humor de perros, me dirigí a buscar a Diego. No sabía porque, pero tenía la sensación de que algo iba mal. Lo encontré en el jardín preparando las mesas del desayuno. Hacía un día espléndido y apetecía desayunar en el porche de al lado de la piscina.
-¡Buenos días Diego! Me ha comentado Manuela que querías verme.-
-¡Buenos días, jefa! Quería comentarte que el hombre que vino ayer a traer las maletas de la señorita Alejandra, no es ningún recadero ni nada de eso. No entiendo porque las trajo él. A ese hombre lo he visto alguna vez en una discoteca de Palafrugell. Está de segurata en la puerta de la disco. Lo sé, porque el sábado pasado quise entrar y no me dejó. Me hacia pagar 12 euros y me enfadé bastante. Por eso me acuerdo de su cara.-
-Bueno, Diego, a lo mejor entre semana se dedica a repartir o hacer de mensajero. De todas maneras voy a intentar averiguarlo, ya que a mí también me extraña. El otro día en el mercado de Palafrugell, vi a la señorita Alejandra con otra ropa diferente con la que llegó el primer día y con la maleta carrito que trajo tu segurata. Con lo cual no se la habían perdido en  Iberia.-


Con una sensación rara me fue al despacho. Quería llamar a Iberia para esclarecer el asunto, pero en el camino al despacho, Manuela me pidió que fuera al mercado a comprarle algunas cosas que le faltaban. Cogí mi capazo y me dirigí a Palafrugell. Salí por el camino de grava y me fijé que el coche de Miguel no estaba en el aparcamiento. Igual se había ido a dar una vuelta por el mercado y me lo encontraba. Cogí la carretera principal y después de diez minutos, estaba aparcando el coche en el descampado de al lado del mercado.


Los domingos, el mercado de Palafrugell se amplia. A los puestos de fruta y verdura se les añaden los chiringuitos de ropa y otras cosas típicas de los mercadillos. Antes de cargar el capazo con lo que Manuela me había pedido, estuve deambulando por los distintos puestos. Me compré una camiseta baratísima y unas alpargatas para andar por el jardín. Al cabo de media hora, ya cansada, me dirigí al mercado central donde están los puestos de pescado.
Compré gambas, cigalas, calamares y mejillones de roca para hacer paella, ya que era domingo y para Manuela era una tradición cocinar ese plato en domingo. Realmente le salía de narices. Se pasaba horas preparando el sofrito con mucho ajo y cebolla, rallando los tomates y haciendo un “fumet” de pescado con toda la morralla que el pescadero nos daba por cuatro chavos.


Después de dejar todas las compras bajo la supervisión de Manuela, me fui a mi habitación a asearme un poco. Toda yo olía a gamba y calamar. Eran las doce del mediodía y el interior del hotel estaba desierto. Diego me dijo que no había visto a los Martí y que suponía que debían estar durmiendo, ya que no habían pedido el desayuno. Alejandra y Fernando Blanchar estaban en la piscina tomando el sol y los otros dos matrimonios habían salido pero les esperábamos a comer.


-¡Oye Blanca!- me comentó Diego acercándose a mi oreja.- Esos dos- y señaló con la mirada a Alejandra y Blanchar. -Están liados. He visto esta mañana como salía el hombre del bungalow de la señorita Alejandra. Llevaba la misma ropa de ayer, cuando se fueron a cenar.-
-¡Ya te vale, Diego, mira que eres cotilla! ¡Pues mejor para ellos!- Le contesté riendo.
Como todo estaba tranquilo y sin problemas, me dirigí al despacho a ver si de una vez podía comprobar lo de la maleta de Alejandra.


En Iberia me confirmaron que no habían enviado ninguna maleta al hotel, ni nadie en el puente aéreo del viernes pasado había perdido o extraviado nada. No entendía porque Alejandra me había engañado, pero dejé el tema aparcado. Yo no era nadie para destaparle la mentira que me había dicho. A lo mejor lo que pretendía Alejandra, era disimular que no tenía ropa para que la otra se la comprase.


Estaba pensando en eso y mirando al infinito, cuando oí el ruido de un coche. Era el de Miguel que se acercaba por el camino de la entrada del hotel.

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