9 de noviembre de 2009

Primer Capítulo "Asesinato en el Ampurdán"

Inspirada en por hija Carolina y mi hermana Cristi, voy a dar una nueva orientación a mi blog. Intercalar recetas culinarias con capítulos por entregas de mi primer libro, no publicado "Asesinato en el Ampurdán" una novela de misterio emplazada en la bella comarca del Ampurdan.

El salmón es típico pescado de Escocia. Por eso la siguiente receta, sencilla y nutritiva, va dedicada a las bellas tierras escocesas.

PRIMER CAPITULO:

Me llamo Blanca Spinola White. Soy española, nacida en Barcelona, hija de padre portugués y madre escocesa. Soy licenciada en literatura inglesa. Tengo 43 años, una hija y estoy felizmente divorciada hace bastante tiempo.


Actualmente vivo en un pequeño pueblo del Ampurdán, en la provincia de Gerona, donde regento un hotelito, “El Paraíso Perdido”, de pocas habitaciones y un restaurante que es la niña de mis ojos. (Después de mi querida hija Paola, no sea que se ponga celosa).


Haciendo una rápida sinopsis de mi vida, diré que pasé mi infancia en Barcelona, fui a las monjas, y estudié literatura inglesa en la Universidad de Saint Andrews, en Escocia. Mi madre descendía de una familia escocesa, los White Mackaland, que como algunas familias, tenían mucha alcurnia pero pocas libras.


Ella también había sido hija única y heredó una pequeña finca a las afueras de Saint Andrews, donde pasábamos los veranos, y que a su muerte me legó a mí.


Desde mi nacimiento hasta los 18 años viví en Barcelona con mis padres. Mi vida fue feliz y normal hasta que un terrible accidente de coche hizo que me quedara huérfana. Con 18 años y recién acabado el COU, el mundo se me vino abajo, mi querida ciudad me agobiaba y mis amigos solo se compadecían de mí. Como siempre he sido un poco solitaria, me decidí a ir a Escocia a estudiar y así cambiar de vida para poder olvidar la tragedia de mis padres. Como mi madre me había dejado en herencia la casa de Saint Andrews, cogí mis maletas, le dije adiós a mi ciudad, y me establecí en mi bonita Green Cottage, que es como se llamaba la casa que heredé.


Era una casita encantadora, en el centro del pueblo, pequeña y de piedra gris, con un bonito jardín. Mientras estudiaba mi carrera, trabajaba de empleada en una agencia de detectives. Mi labor era puramente administrativa, pero yo envidiaba y admiraba al dueño de la agencia, Tom Hasking. Las historias de asesinatos, de infidelidades y cualquier cosa que caía por la agencia y luego yo mecanografiaba, despertaron en mí una pasión por los temas policíacos y criminales. Soñaba con ser algún día una intrépida detective que pondría al descubierto los casos que gente desesperada me encomendaría. Pero la vida no quiso que yo fuera la heroína que me había imaginado y en lo único en que me convertí en los primeros años en Escocia, fue en una secretaria de una agencia de detectives. De todas maneras siempre me quedó el gusanillo que ahora, después de muchos años estoy explotando. Con ese trabajo y una pequeña renta, fui viviendo, sin ningún lujo, pero bastante feliz.


Un fin de semana que pasé en Londres, conocí en una fiesta al que sería mi futuro marido. Alberto Ventura, agregado cultural de la embajada española en Londres. Alberto era solo dos años mayor que yo, guapo hasta la muerte y bastante chulito. Tenía a medio consulado perdido por sus huesos y con mis 20 años pensé que yo era la única en el mundo que había conquistado su corazón para siempre. Nos casamos al cabo de pocos meses de conocernos. Estaba orgullosa, había creado una familia, mi hija Paola nació un año después y no podía ser más feliz.


Pero la felicidad va por temporadas, así que tuve que renunciar a vivir en Escocia, seguirle de destino en destino y aguantarme los celos entre secretaria veinte añera y azafata marchosa.


A todas estas, habían pasado 10 años de mi vida, entre maletas, pañales, países grises y algún rato que otro de felicidad con Alberto y los muchos que me daba mi hija, que era realmente el amor de mi vida.


Cansada de mi bella cornamenta, decidí separarme amistosamente y volver a Escocia con Paola. Pero al cabo de pocos años, mi hija habituada a estar cada dos por tres en una ciudad distinta y pasar temporadas con su padre en Barcelona, vivir encerrada en un pueblecito escocés no le gustaba, por lo que vendí mi casa escocesa y regresé a Barcelona.
Desempeñé varios trabajos sin importancia, ya que lo que realmente me apetecía era estar con Paola y hacer el papel de madre que es el que me tocaba en ese momento. Pero la niña creció y se fue a estudiar fuera de España, con lo que volví a mi punto de partida. Como a los 18 años, pero esta vez con 43 quería empezar de nuevo. Era mucho más madura y sin ansias ya de explorar el mundo. Deseaba establecerme de una vez por todas. Esta vez no fui tan drástica y en vez de irme tan lejos como Escocia, me fui al Ampurdan que está a una hora de Barcelona, por si se me terciaba volver a cambiar de ubicación.


Con el dinero que había ahorrado con la venta de Green Cottage y de la casa de Barcelona, me compré una masía a las afueras de Palagrugell, que restauré hasta convertirla en un hotel rural de 10 habitaciones y un pequeño restaurante.


El hotel se llama “El Paraíso Perdido” por la obra de John Milton, un grandísimo poeta inglés del XVII y porque realmente está perdido en medio de un bosque de pinos, aislado de ruidos y casas, pero a 10 minutos de la civilización y del mediterráneo.


El edificio había sido una antigua casa pairal, que adquirí en bastante buen estado. La  amplié y la acomodé  para mi pequeño hotelito rural, pero con todas las comodidades que tiene que tener un buen hotel.


Las habitaciones son pequeños bungaloes con una jardincito particular, a modo de terraza, orientados unos a la piscina y otros al bosque. En el edificio principal, en la planta baja están la cocina, mi despacho, el comedor y la biblioteca. En el segundo piso hay tres habitaciones, la mía, la de Paola y la suite, que la reservo para contadas ocasiones para gente que le apetezca mas intimidad que la que le pueda dar el bungalow. En la tercera planta, y en forma de buhardilla, instalé un pequeño gimnasio.


Como el hotel tiene bastantes hectáreas, en medio del bosque de pinos, hice construir dos pistas de tenis y una piscina. Estaba orgullosa del jardín y la piscina, con su porche con vigas de madera y grandes y cómodas hamacas para tomar el sol. Como nunca me ha gustado el  diseño puro y duro, el porche y la masía tienen un aire provenzal y muy mediterráneo. En todas las paredes las buganvillas trepan hasta alcanzar el techo y las macetas albergan toda clase de plantas, que dan a la casa un aire entre tropical y barroco por lo recargado de la vegetación.


Para ver el resto de capítulos haz clic aquí.

2 comentarios:

  1. Genial... queremos mas capitulos!!!!!!!!!!!!

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  2. AAIIIIIIXXXXXXXX acabo de ver q hay mas capitulos.. sorry, voy a por ellos que esta interesante..

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