12 de noviembre de 2009

Quinto Capitulo de "Asesinato en el Ampurdan" y Receta de Costillas de cerdo caramelizadas

El desayuno en el Paraíso Perdido es lo mejor que hace Manuela. Se levanta a las 6 de la mañana para hacer el pan, los croisants y unos pequeños brioches de mantequilla que son la delicia de todo el que lo prueba.


Como es “self service” ponemos una mesa antigua de cocina que hace las veces de aparador, con todo el surtido de panes, brioches, ensaimadas, tomate rallado, embutidos y quesos, así como mermeladas que me elabora cada verano mi amiga Georgina, que vive en Caralps. También como recuerdo a mis antepasados escoceses se servía un tipo de desayuno escoces, con haggis que es un tipo de morcilla, acompañada de huevos, tomate asado y jamón.


Miguel llegó a desayunar solo, dio los buenos días al matrimonio Segura y se sentó a leer la prensa. Una vez se hubo tomado el café, se acercó a mí y me dijo:
-Buenos días, Blanca, me ha dicho mi mujer, Tatiana que por favor le subáis el desayuno a la habitación. Quiere té y unas tostadas integrales, nada más.
-¿A que hora lo tomará?- le pregunté.
-A las 11. Tatiana nunca se despierta antes de esa hora. Y no sale de la habitación hasta el mediodía. ¿Tienes mucho trabajo? Por que si no, me gustaría que me enseñaras un poco la zona. De pequeño había venido alguna vez por el Ampurdán, pero siempre por Lloret o Playa de Aro. Por aquí no había estado nunca.
-Bueno,- le contesté un poco azorada. -Tengo un par de horas libres. Si quieres te acompaño a dar una vuelta por los pueblecitos del alrededor. Te puedo enseñar Begur, Llafranc y Calella. En un momento estoy lista.


Naturalmente tenía montones de cosas por hacer, pero no pude decirle que no. No se que me pasaba, pero me estaba metiendo en problemas conmigo misma. Bajé a la cocina y le dije a Manuela que me iba con un huésped a enseñarle la zona. Se quedó tan extrañada de que me fuera con alguien a dar una vuelta, que no pudo articular palabra.
La mañana pasó rápidamente. A Miguel le encantó Calella de Palafrugell, un antiguo pueblecito de pescadores y marineros que en agosto se llena de veraneantes, pero que en esa época de año aún no había mucha gente. Pasear al lado de un mar solitario, en un día espléndido de primavera con un hombre interesante a mi lado, hizo que me sintiera otra vez como una jovencita a punto de caramelo para tener una aventura.


Cuando llegamos al hotel, Tatiana, Alejandra y Fernando Blanchar estaban en la piscina tomando el aperitivo. Alejandra me miró con sorpresa, como se fuera ella la mujer de Miguel y yo su amante. Me hizo sentir como culpable, no sé muy bien porqué. Al fin y al cabo, la mujer de Miguel era Tatiana y a ella no parecía importarle la ausencia de su marido. Todo lo contrario, Tatiana ni se inmutó y le dijo a Miguel con voz risueña:
-¡Hola Miguelito! ¿Qué tal tu excursión? - Y sin esperar respuesta de su marido se dirigió a Alejandra:
-Esta tarde nos vamos a Begur de compras. Y mirándome me dijo:-La pobre Alejandra sigue sin su ropa. Aún no han traído sus maletas. Además, me han comentado que hay una tienda con trajes de baño y pareos ideales.- Sin esperar contestación, parecía que era algo habitual en ella, se dirigió a Fernando y le comentó:
-Esta noche iremos a Palamos a un restaurante de moda que se come un pescado de muerte. ¿Te apetece venir con nosotros, Fernando?-
-Estaré encantado- contestó Blanchar. Y los tres siguieron tomando el sol.
Antes de bajar a la cocina, estuve observándoles desde el porche y me dio la sensación de que había algo raro entre esos tres. Tatiana y Alejandra no parecían personas que acabaran de conocer a Fernando. Era como si entre ellos hubiera algo que querían esconder. Pero supuse que eran imaginaciones mías y se habían hecho amigos en pocas horas.


Me pasé parte de la tarde ayudando a Manuela en la cocina. Preparamos unas costillitas de cerdo caramelizadas con vinagre, miel, ketchup y clavo que son una delicia. Una vez dejé mas o menos todo a punto para la cena, subí al gimnasio, ya que Diego me había dicho que los Martí y Alejandra ya habían llegado de sus compras y querían hacer una sauna y un poco de relax antes de irse a cenar a Palamos.


Cuando llegué a las golfas, que es donde está ubicado el gimnasio, me encontré a Tatiana y a Alejandra en el jacucci. A pesar de que había puesto un cartel que tanto para la piscina como en cualquier otro lugar se tenía que ir con bañador, las dos estaban completamente desnudas. Mi tendencia sexual no deja lugar a dudas, me gustan un montón los hombres, pero tuve que reconocer que esas dos estaban muy bien. Cada una a su manera. Tatiana, a pesar de su delgadez, tenía un cuerpo completamente musculado. Se notaba que el gimnasio, los masajes y las operaciones servían de mucho. En cuanto a Alejandra, su juventud y su cuerpazo de modelo, hizo que me la mirase dos veces. Tenían una cierta semejanza. El pelo de Alejandra era rubio natural y lo tenía lacio y largo. El de Tatiana era mucho más rubio debido a los tintes. Pero las dos se parecían bastante. Como no notaron mi presencia y no había nadie más, decidí dejarlas y no llamarles la atención sobre su desnudez.


Fui a mi habitación, me duché y me arreglé un poco más que de costumbre, ya que esperaba ver a Miguel antes de que se fuera a cenar a Palamos. Me puse unos pantalones negros de crèpe y una blusa negra. Hice el sacrificio de calzarme unos zapatos con un poco de tacón, (algo que odio, me gusta el zapato plano y soy sumamente patosa con los tacones) y me dispuse a pulular por la biblioteca-bar que es donde se reúne la gente antes de la cena. Bajé las escaleras con cuidado de no dar un traspié con mis tacones y solo entrar en la habitación vi a Miguel. Estaba en la barra del bar con una copa de vino tinto en la mano, fumando un cigarrillo y con el libro de la noche anterior.


Raramente soy tímida ni me pongo colorada, pero esa noche sentí que me subían los colores. Me miró como si me quisiera devorar, comerme enterita.


-¡Hola Blanca! ¡Que guapa estás! ¡Lástima que tenga que cenar fuera esta noche!- me soltó con voz seductora.
-¡Gracias! Pero ya verás como el restaurante al que vais os va a encantar- le contesté un poco azorada. –Por cierto, parece que tu mujer y su amiga conozcan de toda la vida al Sr. Blanchar.- le dije por cambiar de tema.
-Pues ahora que lo dices, la verdad es que es un poco raro. Tatiana no le conocía de nada, pero Alejandra no sé. De todas maneras me alegro que los tres se hayan hecho tan amigos. Tatiana no tiene muchos.


En ese momento apareció Tatiana. Deslumbrante con un traje chaqueta gris marengo de Armani y una camiseta blanca que le deba ese toque elegante e informal a la vez. Con el pelo rubio, súper bien cortado y arreglado, estaba realmente guapa. Tuve un pequeño ataque de celos, ya que esa mujer tan guapa, elegante y rica, encima estaba casada con un hombre al que yo encontraba francamente atractivo.


-¡Hola Blanca!- me dijo Tatiana. Me ha encantado el jacuzzi y el baño turco. Me ha dejado como nueva. ¡No sabes que cansancio toda la tarde de compras!
-¿Has encontrado algo bonito? –le pregunté.
-¡OH si!, me he comprado varios bikinis y tres pareos. A la pobre Alejandra, como aún no le han traído las maletas le he comprado un par de conjuntos. Como la conversación iba encaminada a la ropa y a las tiendas que habían visitado, la dejé con Blanchar y me dirigí hacia el matrimonio Martí para ver si querían tomar algo antes de la cena. Mientras les preparaba un Bloody Mary especialidad de la casa, apareció Alejandra y se incorporó al grupo. Estaba realmente espectacular. Llevaba un vestido muy escotado que dejaba entrever su pecho. Todos los hombres que estaban en ese momento en la biblioteca giraron sus cabezas hacia ella. Miguel como todos los demás, se quedó con cara de cordero degollado, admirando la belleza y juventud de la chica. En ese momento entró Diego y me llamó:
-¡Blanca, han traído las maletas de la señorita Alejandra!
-Gracias, Diego, llévalas a su bungalow. Yo voy a firmar el comprobante de entrega. Salí con Diego de la biblioteca y la maleta carrito que había llevado Alejandra en el bar de Palafruguell estaba ahí.


Para mi sorpresa, no fue Iberia, sino un hombre joven, sin ninguna clase de identificación, que ni tan siguiera me hizo firmar ningún papel. Acostumbrada a viajar, alguna vez habían perdido mis maletas, por lo que sabía perfectamente que la misma compañía de aviación las enviaba a través de una agencia de transportes y hacían firmar un comprobante conforme se habían recibido. Decidí que a la mañana siguiente averiguaría algo más sobre las maletas de Alejandra. Les dejé en la biblioteca y me fui a la cocina a ver que hacia Manuela, ya que esa noche, los Segura y los Codina cenaban en el hotel.
Después de la cena de los huéspedes, volví a la biblioteca. Los dos matrimonios se habían retirado a sus bungaloes y me apetecía estar un rato sola en esa habitación, con un gin tonic y un buen libro. Normalmente me hubiera ido a mi cuarto a leer, ver la tele o a dormir, pero esa noche me apetecía volver a encontrarme con Miguel. Supuse que después de la cena de Palamos, volverían  al hotel. Pero a eso de la una de la madrugada me cansé de esperar y me fue a la cama. Mientras me lavaba los dientes oí un coche que se acercaba por el camino de grava de la entrada. Supuse que eran ellos. Por diez minutos no había visto a Miguel. Me hubiera gustado volver a hablar con él de libros, sentados en la biblioteca.


Caí en un primer sueño que me hizo tener pesadillas y me desperté a las dos de la madrugada empapada en sudor. Con la luz apagada y solo el reflejo de la luna entrando por la ventana, me dirigí al cuarto de baño. Cuando volví a la cama no pude resistir la tentación de mirar por la ventana. Se veía el bungalow de los Martí, con todas las luces encendidas, música a todo volumen y risas, muchas risas.

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