30 de diciembre de 2009

Capítulo Quince de "Asesinato en el Ampurdan" y Sanwiches de Aguacate y Pollo

(...) Dejé a Miguel medio dormido en mi cama y después de ducharme y vestirme, bajé a recepción para ver como estaban las cosas en el hotel. La tranquilidad era absoluta. Los clientes se habían marchado a cenar fuera y no había ni rastro de Fernando Blanchar. Cogí unos sanwiches de la cocina y una botella de vino y subí de nuevo a mi lecho de amor. Volvimos a hacer el amor, esta vez con mucha mas calma, explorando nuestros cuerpos y descubriendo nuestra complicidad en el sexo. Dormí abrazada a Miguel en la misma postura toda la noche, algo que no hacía desde recién casada y mi amor por mi marido era lo más grande que tenía.


Cuando nos despertamos sobre la ocho de la mañana, aún lo deseaba más que la noche anterior. Cuando recién separada y ligando sin ton ni son, me despertaba con un hombre en la cama, me arrepentía inmediatamente de lo que había hecho la noche anterior. Pero esta vez era distinto. Me dio un beso y me dijo:
-Buenos días, amor. No te muevas, voy a llamar que nos suban el desayuno.-
-Gracias, pero no puedo. Tengo que bajar a ayudar. Tú quédate aquí y te lo hago subir. Cuando acabe el trabajo vuelvo, no tardaré.- Y sin darle tiempo para que me convenciera de volver a la cama, me duché y me vestí y bajé a la cocina.
Manuela mi miró con cara de pocos amigos, pero no me comentó nada con respecto a mi aventura. Debió de pensar que yo ya era bastante mayorcita para hacer lo que estaba haciendo.
-Blanca, ¿Has vuelto a enviar a Diego a hacer averiguaciones?- la voz de Manuela sonaba preocupada- ¡No sé donde está!
-No, le dije que dejara las investigaciones. ¿Habéis mirado en su habitación? Igual se ha quedado dormido.-
-Si, no está.- contestó Manuela y sin decirme nada más, me pasó una bandeja repleta de croissants  para que la dejara en el aparador del comedor. Me estaba dirigiendo hacía allí, cuando topé con Fernando Blanchar.
-Buenos días, Blanca, quisiera hablar con usted-
-Buenos días, señor Blanchar, sentémonos aquí- le dije ofreciéndole una de las sillas del comedor.
-Voy a ir al grano- Su cara mudó hasta parecer un espectro amenazador. – Me revienta bastante que alguien esté metiendo las narices en mis asuntos, así que se lo advierto, deje de molestarme.-
-Señor Blanchar, no se de que me está hablando- le contesté con muy poca convicción.
-Creo que si lo sabe y su chico también. No se meta donde no la llaman. Sería peligroso. Está advertida- me dijo con la cara completamente demudada por la furia. - Y haga el favor de prepararme la factura, me voy ahora mismo.-
Sin mediar palabra, se fue por las escaleras y le perdí de vista. El cuerpo me temblaba de rabia. ¿Me había amenazado semejante cretino? ¿Qué se había creído? Si llamaba al inspector Pons contándole la amenaza, aún me caería otra bronca y me diría que ya me lo había advertido. Subí a la habitación para contárselo a Miguel y que él me diera su opinión. Cuando llegué, Miguel estaba vestido y a punto de salir.
-¡Miguel, ¡Que haces! ¿Te vas?-
-Si, lo siento. Me ha llamado Alejandra. Está en Barcelona y quiere verme. Me ha dicho que Tatiana le había prometido que le regalaría un collar de perlas australianas.-
-¿Y se lo tienes que dar?-
-Bueno, ¿Por qué no? Además es verdad. Tatiana siempre se lo dejaba. No me cuesta nada regalárselo. Se va a Madrid esta noche y me ha pedido si se lo podía dar hoy. He quedado de aquí una hora en mi casa.-
-¿De aquí a una hora?- le pregunté sorprendida. El trayecto desde mi hotel a su casa debía de ser de hora y media, más o menos. Eso sin contar la entrada de Barcelona, que por la tarde siempre está algo colapsada.
-Conduzco rápido- se pavoneó, pero como tampoco era cuestión de que le hiciera la advertencia de que no corriera por la carretera, ya era demasiado mayor, le acompañé hasta su coche y le vi alejarse por el camino de grava. Me recordó no se que película muy triste en que la protagonista estaba en una casa de la Costa Azul y se despedía de su amante, sin saber que él no iba a volver más.
Una vez hubo partido, me fui directa a mi despacho y llamé a la agencia de detectives, donde yo colaboraba en invierno. Quería saber más cosas del imbécil de Fernando Blanchar. Estaba segura que ese tipo tenía algo que ver con el asesinato de Tatiana. Se puso la telefonista:
-Agencia de Detectives Frigola y Marrugat Asociados. ¿Dígame?-
-¡Hola Vanesa! Soy Blanca Spinola. ¿Está el jefe?-
-Si, te lo paso.-
-Aquí Marrugat-
-¡Hola Pepe! Soy Blanca. ¿Cómo estás?-
-¡Hombre Blanca! ¿Qué tal? Ya me he enterado del asesinato en tu hotel. ¡Vaya putada!-
-Pues si, la verdad. Oye quisiera que me hicieras unas averiguaciones. Quiero saber todo lo referente sobre un hombre que se llama Fernando Blanchar. Trabaja o es socio de una discoteca de Lérida, que se llama Xaraida. Tiene unos 30 años, es alto, guapo y se debe machacar todo el día en algún gimnasio.-
-¿Qué pasa, te gusta?-
-¡No digas tonterías! Todo lo contrario. Estoy segura que tiene algo que ver con el asesinato cometido en mi hotel.-
-Está bien. No te preocupes. Me pongo a trabajar. Ya te llamaré.- Y colgó el teléfono. Pepe Marrugat es un tipo peculiar. No somos íntimos amigos, pero nos caemos bien. Cuando en invierno yo cerraba el hotel, me admitía en su despacho dos días a la semana, más o menos, para ayudarle en los informes y en la búsqueda por Internet de datos que se necesitaban para los distintos casos en que trabajaba. Hacía ya varios años que manteníamos esa colaboración, al tener yo un paquete accionarial de la agencia.
Mientras estaba pensado en las ganas que tenía de volver a la agencia de detectives a colaborar con los casos de Pepe, se presentó Manuela completamente alterada y llorosa, en la puerta de mi despacho.
-Blanca, ¡Ay, mi niña! ¡Que desgracia! Han llamado del hospital de Palamos. Diego está en la UCI. Le ha atropellado un coche.
-¡Dios mío! ¿Cómo está? ¿Qué ha pasado?-  Le pregunté presa del pánico.
-No se nada más.- Y ya no pudo hablar más porque el llanto la enmudeció. Intenté consolarla, pero yo tampoco tenía consuelo. Diego era como un nieto para Manuela y como un hijo para mí. Lo conoció mi hija Paola cuando estudiaba en Suiza. El era hijo de inmigrantes andaluces, afincados en Montreaux  y al comentarle Paola que yo montaba un hotel, se vino para el Ampurdan. Desde entonces, y hacia ya dos años, estaba siempre conmigo. Era un chaval simpático y extrovertido, muy cariñoso y al que todo el mundo apreciaba.
Llamé al hospital y no pudieron decirme nada más. Tenía que ir en persona. No sé que les costaba decirme en que situación se encontraba el chico. Prometí a Manuela que nada mas llegar al hospital la llamaría para darle noticias y me fui a buscar el coche del hotel, (el mío seguía en el taller) para poder llegar lo antes posible al hospital de Palamos.
Por el camino pensé que era muy raro que Diego no hubiera cogido ese coche para ir al pueblo por la mañana. Se debía de haber llevado su moto, pensando quizá que yo necesitaría el coche. El trayecto del hotel al hospital es normalmente de unos veinte minutos, pero ese día, saltándome todas las normas de tráfico, lo hice en diez. Mi angustia era tal que no podía perdonarme haber comprado a Diego la moto por su cumpleaños. Los accidentes de moto eran terribles. Cuando llegué al hospital, dejé el coche el en primer sitio que se me ocurrió, sin importarme la multa posterior y entré directamente en urgencias.
-Por favor, me han llamado diciendo que hay un chico, Diego Bellido que ha tenido un accidente- le dije a la enfermera de recepción.
-Si, un momento, espere en la sala de aquí al lado-
-¿Cómo está?- le pregunté al borde la histeria.
-Ahora llamo al médico de guardia que la informará. ¿Es usted su madre?-
-No, pero como si lo fuera, sus padres viven en el extranjero y el chico está a mi cargo.-
-Venga, señora, no se preocupe, ahora mismo saldrán de la UCI y la informarán.- Me contestó la recepcionista, un poco más amable, al ver mi cara de angustia. Estuve esperando como media hora, lo que me pareció una eternidad. Cuando ya iba a soltarle un bufido a la sufrida enfermera de recepción, apareció un médico.
-¿Familiares de Diego Bellido?-
-¡Yo! Doctor, soy como su madre. Diego trabaja para mí. Sus padres viven en Suiza. ¡Dígame, por favor! ¿Cómo está?-
-¡Cálmese señora! Diego está fuera de peligro, pero tiene tres costillas rotas y una rotura de los ligamentos cruzados de la rodilla. Tiene todo el cuerpo magullado. Cuando le baje la inflamación de la rodilla, tendremos que operarla. Las costillas tienen que curar por si solas. Ahora está dormido, le hemos administrado calmantes, pero en cuanto se despierte yo la aviso y pasa un momento a verle. Gracias que llevaba el casco puesto, sino no se que hubiera pasado.-
-¡Gracias! Doctor- y sin poder evitarlo me eché a llorar. Una vez vaciado mi lacrimal, llamé a Manuela para comentarle el estado fuera de peligro de Diego y que volvería al hotel una vez le hubiera visto. Mientras hablaba con Manuela, vi a dos Mossos de escuadra dirigirse a la enfermera de la entrada y vi que ésta me señalaba y se dirigían hacia mí.
-Buenos días, señora. ¿Usted está con el chaval que han atropellado¿-
-Si, agente. Diego trabaja para mí en el hotel “El Paraíso Perdido” ¿Me pueden explicar que ha pasado?-
-Pues mire, según un “Pagés” que estaba en su campo en ese momento, el chico circulaba con la moto tranquilamente por una carretera secundaria, cuando un coche le embistió por detrás. El coche no ha parado y ha huido. Suerte del hombre que lo vio todo y llamó por su móvil a la ambulancia y a nosotros.
-¡Que horror! Y ¿Ha visto la matrícula o como era el coche?-
-No, solo nos ha dicho que era un coche rojo. De todas maneras, estamos preguntando por las casas de la zona, para ver si alguien ha visto algo más. La moto está en el desguace. Cuando el chaval se despierte le tomaremos declaración, para ver si sabe algo más. Ya la mantendremos informada. Nos tendría que dar el teléfono de los padres del muchacho, para comunicárselo.
-Agente, por favor, se van a asustar mucho. Déjeme que les llame yo.-
-Está bien, pero mas tarde, cuando le vaya bien, pásese por las oficinas de los Mossos aquí en Palamos, para recoger los papeles de la moto y firmar la baja. El hospital ya nos comunicará cuando el chico esté despierto para tomarle declaración.- y dándome la mano en señal de despedida se fueron.
Después de dos horas de espera, volvió a salir el mismo médico que me había dado el parte y me dijo que ya podía entrar a ver a Diego.
La UCI era una sala cuadrada, con un centro de mando para médicos y enfermeras y a su alrededor estaban los distintos boxes separados por cortinas. Diego estaba en medio, junto delate de las enfermeras. El pobrecito estaba lleno de arañazos y magulladuras. Tenía un ojo hinchado y su cuerpo estaba tapado por la sábana, pero se entrevía una pierna completamente vendada. Estaba medio dormido pero me había preguntado por mí. Esperé un poco y al cabo de unos minutos, abrió el ojo que no tenía hinchado.
-Diego, cariño, ¿Cómo estas?-
-¡Jolin!, me duelo todo.-
-Bueno, gracias a Dios estás fuera de peligro. Ahora procura dormir.-
-¡Oye Blanca! Vi el coche que me embistió. Era el golf rojo de Manuel García.-
-¿Qué? ¿Estás seguro?- No podía creerlo.
-Si, segurísimo. Lo vi por el espejo retrovisor. Iban dos personas en el coche. Al copiloto no lo vi, pero el conductor era Manuel García. Yo circulaba por la carretera interior de Palafrugell a Palamos. Me seguían desde que salí del hotel. Primero no le di importancia, pero cuando vi que se me iban acercando, me entró miedo. ¡Dame un poco de agua, Blanca, por favor!-
Le acerqué el vaso con la cañita y se lo puse en los labios, que parecían los de Marujita Diaz. Una vez hubo bebido, siguió hablando:
-Me acordé de lo que habías hablado con el inspector, que te había dicho que Fernando Blanchar es peligroso. No vi si el copiloto era Blanchar. No lo vi. Solo noté que el coche se aproximaba más y más, hasta que en un momento los tuve encima. Me chocaron por detrás y pasaron por encima de la moto. Yo había salido volando por el golpe. Y ya no recuerdo nada más.
-Bueno, ahora tranquilo, descansa. Luego cuando venga la policía se lo cuentas. De todas maneras ahora voy a llamarles para comentárselo. Por la tarde vuelvo a verte. Aquí hay horas de visita y el médico me ha dejado entrar solo un momento.- y dándole un beso en la frente le dejé descansar.- 

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