10 de diciembre de 2009

Capítulo Doce de "Asesinato en el Ampurdan" y Receta de Macarrones con chorizo

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Por la mañana al despertar como a las doce del mediodía, la resaca era de campeonato. La botella de vodka y la de ginebra y los ceniceros desbordantes, nos daban idea de la noche de confidencias. Pensé en llamar a Miguel, por si ya había salido de comisaría o el juez le había dejado en libertad, pero mi voz parecía la de un rudo camionero, por lo que decidí esperar a ducharme y desayunar para tener la voz un poco más femenina.
Durante toda la mañana, Miguel siguió con el móvil desconectado y yo aproveché para surtirme de las últimas novedades literarias y reponer mi biblioteca. Desde la casa de mi amiga Cristina en Pedralbes, me fui al Fnac de Diagonal andando. La zona había cambiado mucho en los años en que yo no vivía en Barcelona. Lo que antes era una riera con huertos ahora era toda una avenida de coches que iba a parar a la Ronde de Dalt. La circulación alrededor del Tenis Barcelona, al no ser horario de colegios, era tranquila. Bajé la calle Eduardo Conde, atravesé el parque de Santa Amelia, seguí por Doctor Ferran y llegué a la Diagonal. Allí el tráfico era ensordecedor y las obras para el futuro “Tranbaix” hacían que los coches se acumularan en menos carriles. Cuando finalmente llegué a “la Illa” centro comercial donde está situado el Fnac, estaba algo cansada. Me senté un rato en un banco y me fumé un cigarrillo meditando lo que había cambiado mi ciudad. Suponía que los cambios eran para mejor, pero no pude evitar la añoranza del antiguo bar Bikini y la tranquilidad de la circulación de cuando yo vivía en esa ciudad. Quizá es que estoy muy bien acostumbrada al poco tráfico del Ampurdan.(Excepto en verano, que es un horror)
Compré las dos últimas novelas publicadas en España del autor sueco Henning Mankell, “La falsa pista” y “La quinta mujer”. Me encanta el inspector Kart Wallander, un personaje triste y algo desequilibrado, pero muy inteligente, que vivía en un ambiente de frío y permanente neblina de la ciudad de Ystad en Suecia. También me hice con otra de mis autoras preferidas, Bayta Gur. Adquirí “Un asesinato literario” y “Un asesinato musical” donde el inspector Michael Ohayon nos adentra en el crimen en Israel. Con los libros bajo el brazo, esperé a Cristina que me viniera a buscar y nos fuimos a comer a un restaurante chino de la calle Obispo Sevilla, que era de mis favoritos en Barcelona. Allí seguimos poniéndonos al día de nuestras cosas de mujeres.
Por la tarde volví a insistir con el móvil de Miguel y esta vez tuve suerte. Me contestó a la primera.
-¡Miguel! Soy Blanca Spinola. ¿Cómo estas?-
-¡Hola Blanca! Si, esta mañana el juez me ha dejado en libertad. La policía ha comprobado que el sábado por la noche estuve tomando unas copas en “Up and Down” a la hora de la muerte de Tatiana. ¿Dónde estas?-
-Aquí en Barcelona.-
-¿Podemos vernos?-
-Me encantaría, si, podemos cenar juntos si quieres.- le sugerí con un atrevimiento desconocido para mi.
-Perfecto. Si quieres te paso a recoger a las nueve y media. Por cierto ¿Dónde estas?-
-En casa de una amiga- le contesté. Y una vez le hube dado la dirección, quedé que me recogería para ir a cenar. Esa tarde, después de comer unos macarrones con chorizo, receta de Cuca la madre de mi amiga, Cristina y yo la pasamos como cuando los sábados por la tarde siendo dos adolescentes, nos arreglábamos para ir a la discoteca. Vacié su armario, me probé como diez conjuntos y al final me decidí por un pantalón negro y una chaqueta sin mangas, que como tengo los hombros bastante anchos y musculados, me queda muy bien.
A la nueve treinta Miguel esta esperándome en la calle de bajo de casa de Cristina. Su puntualidad exquisita le hizo subir más puntos en mi escala de valores. No soporto a la gente impuntual. Lo considero una falta de educación.
Subí al coche echa un pimpollo y sin más me dio un beso en los labios. Ese hombre emanaba sexualidad por todos sus poros. Algo azorada y sin saber muy bien que decir, le pregunté:
-¿A dónde vamos?-
-¡Ya lo verás! ¡Sorpresa!-
Sin apenas hablar, condujo su coche hacia la falda del Tibidado. Subimos por la elegante calle de Avenida del Tibidabo y al final de de todo paró el coche delante de un restaurante con una vista maravillosa sobre Barcelona.
Fue una cena romántica al 100 x 100. El restaurante era muy agradable. Las mesas estaban iluminadas con velas y la luz era muy tenue. No había mucha gente y la noche se pasó en un santiamén. Nos bebimos dos botellas de un rioja reserva buenísimo, que nos soltó la lengua. Me deba la impresión que conocía a Miguel de toda la vida. Le había abierto mi corazón a una persona que apenas hacia dos semanas, era un desconocido para mí.
Miguel me contó que hacia 10 años que se había casado con Tatiana. A pesar de la diferencia de edad, 15 años, eso no había importado para que el matrimonio funcionara. Tatiana había sido una mujer bellísima y divertida y se enamoró locamente de ella. Pero los años de convivencia, los distintos gustos de cada uno, sus permanentes caprichos y el tema de las drogas, hicieron que la pareja se desmoronara. Si seguían juntos era porque Tatiana le deba pena. Estaba sola con todos sus millones. Era una presa demasiado fácil para los muchos aprovechados que pululan alrededor de los ricos. El día que murió Tatiana se habían peleado porque Miguel le había pedido el divorcio. Ella no quería y discutieron. Por eso cogió el coche y se fue a Barcelona. Miguel siguió con su relato:
-Esa noche Tatiana ya había tomado mucha coca y estaba muy pasada. Yo no quería discutir más con ella y la dejé en la habitación con todo el alcohol y la droga.- me comentó con voz apenada.-Quizá tendría que haberme quedado, entonces no hubiera muerto. Alguien entró en la habitación y la envenenó. No me lo perdonaré jamás.- Me pareció ver en sus ojos un brillo delator de las lágrimas.
-Miguel, por favor, no te culpes. Tú no sabías que la iban a envenenar. No podías hacer nada.- Intenté calmarle. Lo que menos me apetecía en ese momento era un dramón por la muerte de la pobre mujer. Cambié de tema rápidamente y no se porque al cabo de un rato le estaba contando mi vida. El accidente de mis padres, mi estancia en Saint Andrews y mi matrimonio con Alberto. Lo difícil que fue superar mi divorcio, ya que había estado muy enamorada de mi marido. Le hablé de mi querida hija Paola y de cómo llegué al Ampurdan.
Al salir del restaurante, Miguel me cogió la mano y antes de entrar en el coche me besó otra vez. Fue un beso de pasión, largo y profundo. Nuestras lenguas se entrelazaron y tuve que tomar aliente para poder continuar el beso.
-Blanca, me gustas mucho.-
-Miguel, no digas nada, déjalo así.-
-Ven a mi casa-
-¡No! Entiéndelo, no debo ir. Acompáñame por favor a casa de mi amiga. Mañana vuelvo al Ampurdan, ya te llamaré. Creo que no te beneficia en nada delante de la policía que tengas un lío conmigo. No sé si le molestó o no, pero su actitud cambió. Quizá creyó que después de la cena me llevaría a la cama. No es que no me apeteciera, pero no creía que fuera muy correcto y ético, tener un revolcón con un señor que acababa de enterrar a su mujer.
Y con este toque de sensatez, tan poco adecuado en mí, me fui a dormir sola a casa de mi amiga, quedando que ya nos llamaríamos.
Cuando llegué a mi hotel, a la mañana siguiente, me propuse averiguar quien podía haber sido el asesino de Tatiana. Si la hora de la muerte estaba fijada entre las dos y media y las tres de la madrugada y Miguel estaba a esa hora en Barcelona, alguien tenía que haber entrado en su habitación y obligarla a ingerir el veneno. También me mosqueaba el tema del chico que le trajo las maletas a Alejandra. Llevaba días pensando que había algo raro y como no me lo podía sacar de la cabeza, decidí hacer mis  propias pesquisas y volver a mis andadas de detective aficionada.
Una vez charlado con Manuela y ordenado los nuevos libros en la biblioteca, llamé a Diego.
-Diego, quiero que me hagas un favor. Necesito que una noche de estas vayas a la discoteca esa que me dijiste, donde trabaja el chico que trajo las maletas de la señorita Jiménez. A ver que puedes averiguar.-
-¡Eso está hecho! Blanca, déjalo de mi cuenta. Mañana jueves siempre has bastante ambiente. Pero al día siguiente no me hagas madrugar mucho ¿Vale?-
-Bueno, esta bien. Te daré la mañana del viernes libre, para que puedas dormir. Pero consigue alguna información. Toma dinero para las copas y por si tienes que invitar a alguien.- Y con cara de felicidad por ayudarme en mis labores detectivescas, Diego cogió los 200 euros que le di y se fue súper contento.
Durante todo el día no supe nada de Miguel. Pensé que quizá estuviera molesto conmigo por no haber querido ir con el a su casa. Para no pensar en Miguel, me fui directa a la cinta de footing, a ver si de paso también me quitaba todo el alcohol que me había bebido en Barcelona.

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