3 de diciembre de 2009

Capítulo Noveno de "Asesinato en el Ampurdan" y Receta de Gazpacho de Manuela

9

El inspector Pons llegó a las 10 de la mañana. Era como Colombo pero sin gabardina. De estatura normal, tirando a bajo, moreno, de complexión fuerte con algo de barriguita y unos ojos azules muy rasgados, cubiertos por unas gafas redonditas de concha y una nariz un tanto aguileña, pero atractiva. Más que un policía, parecía un intelectual, un profesor de Universidad, pero con un físico fuerte y sensual. Quizá tenía una idea estereotipada de los policías, pero este me sorprendió gratamente.
-¡Buenos días! ¿Quién es el encargado del hotel?- Preguntó dirigiéndose a Diego y a mí, que estábamos detrás del mostrador de recepción.
-Buenos días, señor. Soy Blanca Spinola y soy la dueña del hotel. ¿En que puedo ayudarle?-
-Mire, primero iré a examinar la habitación de la difunta. Mientras tanto reúname a todo el mundo y necesitaría una habitación para interrogar a la gente por separado.-
-Muy bien, Diego le acompañará al bungalow de la señora Martí. Y dispondrá de mi despacho para interrogar a los clientes.-
Sin mediar palabra se fue con Diego al lugar de la tragedia. Los huéspedes estaban en la biblioteca. Ya habían desayunado y les comenté que durante el día el Inspector Pons debería hablar con ellos.
-Mira Blanca- dijo Alejandra. –Yo tengo que estar hoy en Madrid. Tengo un pase de modelos mañana por la mañana, así que dile a ese poli que me interrogue ya.-
-Muy bien, veré lo que puedo hacer-le contesté. No pensaba decir nada al inspector Pons. Como me caía mal, que se aguantara y esperara como todo el mundo.
Pons se instaló en mi despacho y me llamó la primera. Le dije que como yo me quedaba en el hotel, que por favor interrogase antes a los huéspedes, así se podrían ir a sus casas. Le pareció bien y llamó a Miguel el primero.
Estuvo con él como dos horas que nos pareció un día entero. Después pasaron el matrimonio Segura, los Codina, Alejandra y Fernando Blanchar. Hizo una pausa para comer, me pidió que le llevara cualquier cosa al despacho y  siguió con Manuela, Laura y Diego. Cuando llegó mi turno, sobre las 6 de la tarde, mi estado de nervios era comparable a una central nuclear. La gente se quería ir y hasta que no hubieran acabado los interrogatorios, Pons no dejaba salir a nadie. Tuve que aguantar las quejas de Alejandra, de los Segura, que habían perdido el avión a Madrid y de los Codina, que tenían a sus cinco hijos en Barcelona bastante preocupados. El que no se inmutó fue Blanchar, que parecía divertirse con la situación.
Cuando me tocó entrar al interrogatorio, estaba llena de aprensión y nervios. Nunca había visto un policía de cerca, ni me habían interrogado. Así que cualquier situación que no controlo me saca de quicio.
-A ver, señorita Spinola, si me puede aclarar un poco la situación de cada persona.- Era directo, no se iba por la ramas el poli. –Como aún no sabemos la hora exacta de la muerte, me va a decir lo que hizo desde que llegaron sus huéspedes, del viernes hasta ayer domingo, cuando encontraron el cadáver.-
Me paré a pensar un momento, para ver por donde empezaba mi relato y después de unos segundos bajo la atenta mirada de Pons, le dije:
-Los huéspedes fueron llegando durante la tarde del viernes. Cenaron todos en el hotel. Los Codina y los Segura se retiraron después de la cena y yo me quedé en la biblioteca tomando unas copas con  los Martí, el señor Blanchar y la señorita Jiménez. El sábado por la mañana después de servir los desayunos, el señor Martí me pidió que le acompañara a visitar la zona y estuvimos un par de horas fuera. Creo que los demás se quedaron en el hotel. Eso no lo sé.- En ese momento la cara de Pons hizo una mueca de extrañeza y dijo:
-¿El señor Martí y usted se conocían de antes?-
-¡No! ¡Claro que no! Es la primera vez que veía a todo el mundo.-
-¿Y es normal que vaya usted con sus huéspedes a pasear por la costa?-
-Mire inspector, esa mañana no tenía mucho trabajo y el señor Martí me pidió que le acompañara, ya que el no había estado nunca por aquí. Hice de guía turística. ¿Quiere que siga? -le contesté algo molesta.
-Continúe, por favor,- me dijo el Colombo español.
-Por la tarde, después de la siesta, salieron todos los huéspedes. Los Codina y los Segura no se donde fueron, pero los Martí, Alejandra y Fernando Blanchar se fueron de compras a Begur. Por la noche estos cuatro cenaron en un restaurante de Palamos. Cuando volvieron por la noche, ya no los vi. Pero a eso de las dos de la madrugada, desde mi habitación, oí bastante juerga en el bungalow de los Martí. Escuché música a todo volumen, risas y pensé que si me habían despertado a mí, igual despertaban a los demás clientes de los bungaloes de al lado. Pero esperé un poco y ya no volví a oír más ruidos.- Me quedé pensado y le dije: -Quizá dormí, no sé. Los demás matrimonios cenaron en el hotel y como ya sabe se fueron a dormir enseguida.
-Muy bien, continúe con el domingo por favor.-
-Bueno, a ver- le dije pensando. –El domingo me levanté un poco más tarde de lo normal. Como ya le he dicho, el ruido del bungalow de la muerta, me despertó. Sobre las 10 de la mañana fui al mercado de Palafrugell a comprar los ingredientes para la paella y regresé sobre las doce del mediodía. Un poco más tarde, fue a la piscina a ayudar a Diego con los aperitivos. Sobre las dos llegó el señor Martí, que me comentó que había estado en Barcelona. El y Diego fueron a la habitación y encontraron el cadáver de la señora Martí.-
-Está bien, hasta el informe de forense ya no podemos hacer nada más. Si quiere puede decir a sus huéspedes que ya pueden irse. Ya hemos tomado sus datos y direcciones para cualquier cosa que necesitemos. Como les he dicho a ellos, por favor, no salga del país sin informarme. ¡AH!-su tono de voz cambió y con mucha educación me dijo:
-Muchas gracias por su hospitalidad conmigo y con los policías que han pasado la noche aquí. Me han comentado que les han atendido como si fueran invitados de lujo. La comida es excelente.-
-Gracias, inspector- Había acabado el interrogatorio y mucho más tranquila y relajada, salí con el alma bastante más ligera, pero con la mosca detrás de la oreja por la preguntita de mi paseo con Miguel. Acompañé a Pons hasta el aparcamiento, le di la mano y no me moví del camino hasta que su coche era un puntito en la lejanía.
A las 9 de la noche se habían ido todos los huéspedes menos Miguel. Diego se había encargado de las facturas. Me temía que después de lo que había pasado, ya no volvería a tenerlos como clientes.
Cuando entré en la recepción, Diego me comentó que el señor Martí pensaba quedarse a pasar la noche en el hotel y que le había preparado otro bungalow, ya que el suyo estaba sellado por la policía.
Subí a mi habitación y me di una ducha para desprenderme de toda la tensión del día. Cuando bajé a la cocina para ver si Manuela me daba un caldo o algo ligero para cenar, me encontré a Miguel en la cocina de cháchara con Manuela.
-¡Hola Blanca! Espero que no te importe que esté en la cocina. Tenía mucha hambre y como no he encontrado a nadie en el comedor, he venido aquí a ver si me daban algo de comer.-
-¿Por qué no has llamado a Diego? Te hubiera llevado algo a tu habitación.-
-No me gusta comer solo. Me encanta hacerlo en la cocina. Además Manuela me ha preparado un gazpacho exquisito y unas “torradas” con jamón que me han sentado divinamente.-
-Bueno, Manuela, pues que sea lo mismo para mi.- Pensaba que no tenía hambre, pero cuando me metí la primera cuchara de gazpacho en la boca, me di cuenta que no había probado bocado en todo el día y estaba realmente famélica.
El gazpacho de Manuela es uno de los platos estrella del Paraíso Perdido. Deja durante unas horas los tomates partidos en cuatro, las cebollas y los ajos en un cuenco grande. Lo cubre de aceite de oliva y un poco de vinagre. Después lo pasa por la batidora y queda como una crema de  un color rojo anaranjado que nada tiene que ver con los gazpachos tradicionales.
Con el estómago satisfecho y después de un poco de charla con Manuela, Diego y Laura, me fui a la biblioteca con Miguel, ya que me había pedido hablar conmigo. Una vez sentados en los cómodos sofás y con una copa de coñac en la mano cada uno, Miguel me dijo:
-Blanca, mañana por la mañana me voy a Barcelona. Tengo que ir a ver al inspector Pons y a los abogados de Tatiana. No sé cuando será el entierro, dependo del forense, pero una vez haya resueltos estos temas, me gustaría volver a verte.-
No se si fue el coñac, o el fuego de la chimenea o simplemente la tensión vivida durante las horas anteriores, pero la verdad es que le dije que a mi también me apetecía volver a verle. Al despedirme y darle las buenas noches, le besé en la boca. Fue solo un roce, un leve contacto que hizo que todo mi vello se erizara. Subí a mi habitación con una emoción que hacia años que no sentía. Parecía una quinceañera en plena adolescencia. Estaba en un momento de mi vida, con 43 años, que una vez superados los distintos avatares vividos, me sentía en paz. Tenía esas edad que uno dice lo que piensa y hace lo que quiere. Ya había superado los complejos y traumas de la juventud y me aceptaba como era. No tenía que aguantar ni a un marido, ni a unos hijos pequeños. Cada una hacía su vida y yo era completamente libre para hacer la mía. Por primera vez en muchos años, pensaba única y exclusivamente en mí. Y ese hombre me gustaba.













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