24 de diciembre de 2009

Capitulo Catorce de "Asesinato en el Ampurdan" y Receta de Ensalada de Espinacas

14

El fin de semana pasó rápido. No recibí ninguna llamada de Miguel y en la prensa, a parte de comentar que Miguel estaba fuera sin cargos, no se volvió a mencionar el asesinato de Tatiana. Pero yo no podía olvidarlo. En mi hotel había muerto una persona, no por un accidente, sino por envenenamiento. Era muy fuerte. Tenía que averiguar lo que había pasado, por la reputación de mi hotel y sobre todo por ayudar a Miguel. Pero ¿Cómo se conseguía el arsénico? ¿Qué motivo podía tener el posible asesino para matar a Tatiana? ¿Podría ser alguien de fuera del entorno de Tatiana, un simple ladrón que entrara en el bungalow?  Tenía tantas preguntas sin respuesta que no me dejaban concentrarme en mi trabajo del hotel. Como no soporto comerme el coco, decidí llamar al inspector Pons, y preguntarle si sabía algo nuevo. En comisaría me dijeron que Pons había salido, así que deje el recado que me llamara. Solo colgar el teléfono, este sonó.
-¿Diga?- dije esperando oír la voz del inspector.
-¿Señorita Spinola?-
-Si.-
-Soy Fernando Blanchar. Quisiera reservar una habitación para mañana martes hasta el jueves.-
-Muy bien, no hay problema. Hasta mañana.- Y colgué con una cierta aprensión. ¿Para que venía otra vez y entre semana? ¿Es que no trabajaba? ¿No sería que Diego había levantado sospechas, haciendo tantas preguntas?
El lunes es un día tonto de la semana en Palafrugell. Las tiendas y mercado están cerrados y  yo aprovecho para hacer cosas en el despacho y leer las últimas adquisiciones de libros. Me dediqué toda la mañana al papeleo y a buscar un vuelo para Nueva York. Quería ir a ver a Paola. Aún faltaban mucho tiempo para el desfile de su graduación como diseñadora de moda, pero si reservaba los billetes con tiempo, me saldría mas barato. Mi vena escocesa y catalana se imponía de cuando en cuando. No iba a pagar más por algo que podía conseguir por menos. Tenía ganas de ver a mi hija. Hacía medio año que se había instalado en Nueva York y aún no había ido a verla. Cuando estábamos juntas siempre nos los pasábamos bien. Por la tarde me leí enterito un libro de Alexandra Marinina, “Los crímenes del balneario”. El libro protagonizado por la criminóloga de la policía de Moscú, Anastasia Kamesnkaya, ocurría en un balneario de lujo perteneciente a un poderoso capo ruso y se cometía un asesinato. ¡Vaya coincidencia!
Tengo que decir que no solo leo novela policíaca o de misterio. También toda clase de libros. Pero mi principal afición es la novela negra. Me hubiera encantado ser policía, pero creo que ya no estoy a tiempo.
Eran ya las siete de la tarde  y me disponía a subir un rato al gimnasio, cuando volvió a sonar el teléfono.
-Señorita Spinola, soy Pons. ¿Me ha llamado?-
-Si, inspector. Quería decirle que me he enterado de algo que creo que debería saber.-
-Soy todo oídos- me contestó con un deje que me pareció de sorna.
-Mire inspector, ayer Diego, el chico que me ayuda en el hotel, fue a una discoteca del pueblo. Se encontró haciendo de portero al que trajo la maleta de Alejandra. También averiguó que antes había trabajado en la misma discoteca donde Fernando Blanchar está de Relaciones Públicas en Lérida. ¿No le parece raro que esos dos se conocieran el Lérida y ahora estén aquí, justo cuando alguien ha asesinado a la señora Martí? Ese Blanchar es algo raro y tengo la corazonada de que esconde algo.-
-Señorita Spinola, ¡Esté alerta! Ese tipo no es agua clara. De momento no tengo más información de esas personas, pero cuanto más lejos esté de Blanchar, mejor. Es un tipo violento.-
-Pero inspector. ¿Qué quiere que haga? Mañana viene de huésped del hotel.-
-Mire, señorita Spinola. Yo he estado observando su biblioteca y sé que es aficionada a las novelas de detectives y policías. Usted dirija su hotel, que nosotros ya averiguaremos quien envenenó a la señora Martí. ¿Me ha comprendido?- dijo alzando un poco la voz.
-Si, le entiendo. Pero yo no puedo ahora decir al señor Blanchar que no venga al hotel. Tiene la reserva ya hecha.- dije defendiéndome.
-Vale, vale, pero no se meta en problemas. La volveré a llamar.- Y colgó sin decirme nada más y dejándome con un sin sabor y con un poquito de miedo en el cuerpo. Pensé en advertir a Diego de lo que me había comentado Pons. Cogí el interfono y marqué a recepción.
-Diego, mañana viene Fernando Blanchar a hospedarse al hotel. Se quedará hasta el jueves. Si te pregunta algo, tú no sabes nada. Pura coincidencia de que hablases con Manuel García en la discoteca. Saca balones fuera. He hablado con el inspector Pons y me ha dicho que Blanchar es un tipo violento. Así que hemos acabado de hacer de detectives. ¿Me has entendido?- y sin dejarle apenas reaccionar, colgué el interfono y me fui directa a mi habitación, a ver si con una buena película de amor me olvidaba de mis labores detectivescas, que presentía peligrosas. Era como el día que murió Tatiana. Tenía un no se que en el cuerpo que me hacía estar nerviosa. Debía de ser ese sexto sentido que dicen tenemos las mujeres. Hacía tiempo que no lo ponía en práctica, pero en el pasado, cuando mi ex marido Alberto me ponía los cuernos, lo tenía muy desarrollado. Las cenas de negocios, el fin de semana de caza, el gimnasio a todas horas, las reuniones de trabajo, etc. Fueron los precursores de mi olfato detectivesco.
Eran las once de la noche y entre vuelta y vuelta en la cama sin poder dormir ni concentrarme en la película de la televisión, sonó el móvil. Era Miguel.
-¡Blanca! Buenas noches, ¿Estabas durmiendo?
-¡No, que va!  Estaba viendo una película.-
-Mira, acabo de llegar de una reunión con los abogados de Tatiana. Mañana se abre el testamento de mi mujer. Supongo que toda su fortuna pasará a mí. Voy a ser un hombre rico.- me dijo Miguel que no podía contener su alegría. No me gustó ese aspecto. Pensé que no era el momento de proclamar y alegrarse de su riqueza, cuando hacía tan poco tiempo que había enterrado a su mujer. Pero quizá tantos millones hacían que la gente se dejase de sentimentalismos y se volviese pragmática. Un poco seca y recelosa de su actitud le contesté:
-Bueno, pues me alegro por ti. Ahora tengo que colgarte pues me estoy muriendo de sueño.- Me había molestado en gran manera esa postura frívola que estaba manteniendo Miguel. ¿Me había equivocado otra vez al juzgar a un hombre? Fue mi último pensamiento antes de quedarme dormida.
Esa semana tenía tres habitaciones ocupadas. Eran matrimonios extranjeros, dos alemanes y unos franceses. Era la primera vez, desde que estaba abierto el hotel, que venían franceses y con lo que saben ellos de cocina, tenía que esmerarme.
Me dirigí al mercado. Compré lubinas, doradas y gambas. Manuela quería preparar pescado al horno, con patatitas, cebollas y tomate y su toque de jerez, que hacía que nos chupáramos los dedos. En las “Pagesas” me surtí de tomates, ensaladas, cebollas y ajos tiernos. Como no me cabía nasa más en el cesto, me fui al coche cargada como una mula, para dejar los productos allí y volver al mercado a por lo que me faltaba. Cuando llegué al aparcamiento, que es un descampado en medio del pueblo, me encontré con la ventana del coche rota. Me habían robado la documentación del vehículo y pinchado las cuatro ruedas. Debía de ser una gamberrada, pero vaya gracia que me hizo. Di parte a la policía municipal, llamé a Diego para que viniera a buscarme y al RACC para que se llevara el coche al taller.
Cuando llegamos al hotel, Laura nos dijo que Fernando Blanchar ya estaba alojado en la suite y que quería verme. Le dije que fuera a decirle que en ese momento no estaba y que ya la vería después de comer.
No me apetecía para nada verle, ni hablar, ni nada de nada. Pero no podía aplazar mucho tiempo el encuentro. Me refugié en mi despacho y llamé al taller para solucionar el tema de mi coche. Estaba enfrascada en facturas y papeleos, cuando se abrió la puerta del despacho y entró Miguel. La sorpresa fue mayúscula.
-¡Miguel! ¿Qué haces aquí?-
-Tenía ganas de verte- y sin esperar mi respuesta, me cogió de la cintura y me dio un beso largo y cálido. Yo, evidentemente le correspondí. Fue un abrazo y un beso con toda la pasión que tenía acumulada en mi interior. Me dejé llevar y un cosquilleo agradable empezó a subirme por la entrepierna. Me había olvidado de la sensación amarga que me había dejado la noche anterior con su interés por el dinero.
-¡Miguel! ¡Para por favor!- Yo notaba su miembro viril aplastado contra mi cuerpo y no quería que nadie me cogiera “In fraganti” en aquella situación.
-Blanca, me gustas, pienso en ti cada día. Te deseo.-
-Miguel, para por favor. ¿Quieres que vayamos a comer por ahí? Si quieres nos vamos a Llafranch a comer una paella.
-¡Vale! estoy muerto de hambre-
Salimos del despacho y en recepción Diego me miró con cara extrañada.
-Diego, me voy a comer fuera con el señor Martí, si quieres algo me llamas al móvil.- y sin esperar su respuesta Miguel y yo no fuimos hacia su coche.
Llafranch es un pueblecito de veraneantes, con una playa muy bonita y un puerto náutico. En esa época del año aún no estaban todos los restaurantes abiertos y nos metimos en el primero que encontramos al lado del mar. Hacía mal día, el mar estaba bastante embravecido y el cielo iba a descargar de un momento a otro una gran tormenta. La tramontana, ese viento tan típico de la Costa Brava, soplaba dentro de mi mente y en el paisaje ampurdanés. Invitaba a la locura y a la pasión. Para mí, era el tiempo ideal para una cita romántica como la que estaba teniendo. Mientras esperábamos la paella nos tomamos una botella de vino blanco bien frío y una ensalada de espinacas con tomates cherry y bacon. Ya íbamos por la segunda botella, cuando Miguel me cogió las manos y me dijo:
-Blanca, lo que te he dicho antes en tu despacho es verdad. ¡Me gustas mucho! Ya se que apenas nos conocemos, pero no me hace falta esperar meses para saber lo que quiero.-
-Miguel, ya te lo dije el otro día. Ahora no es el momento. Creo que debemos un respeto a tu mujer. Además, la policía puede pensar mal de nosotros. Deja que pase un poco el tiempo. Las cosas se irán poniendo en su sitio y todo se calmará.
-Blanca, hace mucho que yo ya no quería a mi mujer. Siento mucho que haya muerto, pero la vida continua. Yo estoy vivo y tú también. Además ya somos mayorcitos. Y lo más importante, ¡me gustas!- me dijo con una voz tierna y apasionada a la vez.
-¡Dame tiempo!- pero lo debí decir con la boquita muy pequeña, ya que cuando llegamos al hotel, me cogió de la mano y me acompañó a mi habitación. Sin ninguna protesta por mi parte, sino todo lo contrario, hicimos el amor durante toda la tarde.










 !FELIZ NAVIDAD A TODOS MIS SEGUIDORES DEL BLOG!






















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