18 de enero de 2010

Capítulo Dieciocho de "Asesinato en el Ampurdan" y Receta de Gambas al Ajillo



18







Durante dos días me dediqué de lleno al trabajo. Compré provisiones, ayudé a Manuela en la cocina y contraté dos personas más para suplir a Diego. Por las noches, Miguel y Pons me llamaban para ver como estaba. Me alegraba tener a dos hombres preocupados por mí. Volví a mis libros y a mi gimnasio. Había descubierto un nuevo personaje detective de ficción, Kostas Jaritos, teniente de la policía de Atenas del departamento de Homicidios. El autor, Petros Marakarais había sido desconocido para mí hasta entonces y disfruté enormemente con mi nueva adquisición.
Cada vez que empiezo un libro de un autor desconocido, me embriaga una placentera sensación de descubrimiento. Alguien en alguna parte del mundo había escrito algo que yo en ese momento iba a leer. Era gratificante y excitante a la vez.
Miguel me llamó el sábado por la tarde para decirme que no podría subir a verme. El inventario de las joyas había sido más lenta de lo que se esperaba. Con un poco de decepción y tristeza, me dediqué al trabajo con ahínco.
El lunes al mediodía ya se había marchado todo el mundo y el hotel volvía a esa paz y tranquilidad que tanto me gusta. Por la tarde iban a operar a Diego. Me llevé a Manuela y a Laura a comer a Palamos y charlar tranquilamente con ellas. Luego nos iríamos al hospital a ver a Diego.


Comimos unas gambas  exquisitas y Manuela puso el grito en el cielo cuando trajeron la nota. Acostumbrada a estar detrás de los fogones, no podía creer que un plato de gambas costase lo que ponía la factura. La tranquilicé diciéndole que era por celebrar la recuperación de Diego y bien valía lo que había pagado.
Cuando llegamos al hospital después de comer, Diego ya había salido del quirófano. Todo había ido muy bien. El médico nos informó que debía de estar tres días más en el hospital y luego le darían el alta. Debería estar enyesado dos meses, hacer una recuperación de más o menos otro mes y luego a saltar y bailar y hacer una vida normal. Salimos del hospital contestas y animadas y nos volvimos a casa mucho más relajadas.
Se me estaba olvidando un poco el asesinato, cuando a eso de las siete de la tarde sonó mi móvil.
-Señorita Spinola, soy Pons.-
-Buenas tardes, inspector. ¿Pasa algo?-
-No, no hay nada nuevo. Solo quería que viera las fotos del coche despeñado y luego se las enseñara a Diego. Ya se que le acaban de operar y los médicos no han dejado pasar a la policía. Así que le pido que me haga un favor, para ir un poco más rápidos. Me gustaría que pasara por la comisaría de Palafrugell, coja las fotos y se las enseñe a Diego. Las miran tranquilamente y me dicen si es el coche que fue a su hotel y que embistió al chico. Luego me llaman desde el hospital. Me salto un poco las normas, pero quiero celeridad en este asunto del coche. Por cierto, ¿Cómo está Diego?
-Bien, gracias, acaban de operarle y ha ido todo muy bien. ¿Quiere que vaya ahora mismo a recoger las fotografías?- le contesté ansiosa y con ganas de marcha otra vez.
-No, no hace falta. Vaya mañana por la mañana. Deje descansar al chico ahora. Ya me llamarán. Le voy a dar mi teléfono móvil, para que me llame cuando quiera y no tenga que esperar a que me encuentren en comisaría.-
Grabé el número en mi móvil y  prometí llamarle al día siguiente cuando Diego y yo hubiésemos visto las fotografías e identificado el coche. -¡Adiós! Inspector. Mañana le llamo- y colgué el teléfono  deseando que las fotos aportaran alguna luz al atropello de Diego.


Cuando llegué al día siguiente a la comisaría de los Mossos de Escuadra de Palafrugell, el oficial de guardia ya sabía de que iba el tema. Llamó a su superior y me hizo pasar a un despachito, que había las funciones de sala de visitas y supongo de sala de interrogatorios. Apareció el jefe de los Mossos con un sobre en las manos. Había unas 15 fotografías, a color y ampliadas a 13 x 18. El coche estaba bastante abollado, pero se distinguía perfectamente la matrícula, el color y las llantas.
Me fijé especialmente en las llantas. Yo las había visto antes. El día de la muerte de Tatiana ese coche estaba en el hotel. Me acordé que me había fijado en sus llantas porque era fuera de lo normal. No entiendo mucho de coches, pero no pegaban nada con un golf gti. Así que Manuel García había estado en el hotel. Era quien había traído las maletas de Alejandra. En otra fotografía pude ver la parte trasera del coche. El maletero había quedado abierto con la caída del coche por el barranco, y en su interior había una caja de botellas azules. Algo en mi mente se puso en alerta. No sabía lo que era. ¡Coño! ¡Los porros de mi juventud me debían haber afectado el cerebro! ¿Por qué me llamaban la atención las botellas?
Estuve unos minutos más observando todas las fotos y finalmente me despedí del mosso y me dirigí al hospital para enseñárselas a Diego. Igual él me podía decir algo más al ver las fotografías.
Diego estaba sentado en la cama, parecía animado y de buen humor.
-¡Hola Dieguito! ¿Cómo estás?-
-¡Bien! He pasado una noche movidita, pero ahora estoy mejor. Cuando se me ha despertado la pierna después de la anestesia, me ha dolido bastante, pero ahora ya no.-
-¡Oye! Te he traído unas fotografías que me ha dado la policía. Son del coche de Manuel García. Lo han encontrado estrellado en un barranco y con un tiro en la cabeza.-
-¡Joder! ¡Que fuerte!-dijo asustado Diego.- ¿Le han matado?-
-Pues si, y luego lo han tirado con el coche. Toma, míratelas,-le dije entregándole las fotos,- a ver si es el coche que te embistió.-
Diego sacó las fotos del sobre, las fue pasando una a una y lentamente. Por la expresión de su cara, deduje que era el coche que le había embestido.
-¡Hijo de puta! ¡Es el coche! ¡Me fijé en esas llantas doradas tan horteras!- Diego estaba realmente exaltado y enfurecido.
-Calma, Diego, piensa que el pobre García ya está muerto. Quiero que te fijes en una foto en especial.- y busqué la fotografía que me interesaba. La del maletero abierto y con la caja de botellas azules. -¿Tú has visto alguna vez o te suena de algo estas botellas que se ven en la foto?-
-Si, claro- contestó Diego sin titubear ni un momento.- La señora Martí bebía esta agua. Es un agua que está de moda ahora y que anuncian mucho por la tele. Se la trajo el García ese cuando vino con las maletas. Venían en un pack de seis. Lo encontré raro, pero ya sabes que los ricos son así. ¡Cómo si no tuviéramos agua en el hotel!-
Sin esperar ni un segundo más, marqué rápidamente el móvil del inspector. Contestó enseguida.
-Inspector, soy Blanca Spinola, estoy con Diego en el hospital. Le he enseñado las fotografías y me confirma que es el coche que le arrolló. Se acuerda perfectamente de las llantas especiales, ya sabe, los jóvenes se fijan en esas cosas.- le dije para que tuviera más credibilidad. -¡Ah Hay otra cosa en que nos hemos fijado! En el maletero parece haber una caja con unas botellas de agua. Son azules. La señora Martí tenía de esas en su bungalow…- me quedé callada un instante. ¡Claro! En ese momento me acordé lo que me había estado rondando por la cabeza. Me había fijado en la botella azul cuando entré con el doctor Ferrer en el bungalow de Tatiana el día de su muerte, cuando descubrimos el cadáver.
-Señorita Spinola ¿Sigue ahí?-
-Si, perdón, inspector, pero es que estaba pensando. ¡Es muy importante! Había varias botellas como esas del maletero, en la habitación de la muerta.-
-¿Cómo dice?- su voz sonó como si no me creyera y le estuviese contando algo rarísimo. - No recuerdo que haya leído en el inventario que se hizo de la habitación nada de botellas azules, pero voy a comprobarlo, luego la llamo.- Y colgó sin apenas despedirse.
-¿Qué te ha dicho?- me preguntó Diego.
-Nada, que va a comprobar si en el inventario que se hizo del bungalow de Tatiana, había botellas azules, como nosotros decimos. Estoy segura que las vi. ¡Oye Diego! Tenemos que ir con cuidado. Han muerto dos personas y a ti te han intentado atropellar.- No quería asustar el pobre chaval, pero la verdad es que yo estaba bastante recelosa. Le dejé las fotografías para que declarase oficialmente cuando fuese la policía a tomarle declaración.


Me despedí de Diego y de sus padres, que se quedaban un rato más y me fue al hotel. En el trayecto sonó mi móvil. Aparqué en el arcén y paré el coche, no fuera que me multasen por hablar conduciendo. Era Pons:
-Señorita Spinola, he revisado la hoja del inventario de todo lo que había en la habitación de la muerta. No hay ninguna botella azul de agua o de lo que sea. ¿Está segura de que vio esas botellas?-
-Si, inspector, completamente segura.- La imagen de Tatiana echada sobre la mesa de su bungalow, sangrando por la nariz y con una botella azul a su lado no se me había ido de la mente. - Las botellas también las vio Diego, no me lo estoy inventando.-
-¡Pues alguien se las ha llevado! Bueno, mañana volveremos a hablar. A primera hora estaré en el hospital para hablar con Diego. Me gustaría verla y repasar lo que me ha dicho.-
-¡Perfecto! Si quiere le invito a desayunar en el hotel.-
-Muy bien, gracias, entonces iré primero a verla a usted. ¿Le parece las nueve una buena hora?
-Si, perfecto- Una vez hube colgado el móvil, me quedé pensando como era posible que las botellas no estuvieran entre los objetos hallados en la habitación de la difunta. Diego había esto vigilando el bungalow antes de la llegada de la policía. La única persona que había entrado y podría haberse llevado esa botella, era Miguel cuando descubrió el cadáver de su mujer. Pero no podía ser él, ya que entró con  Diego en la habitación. Además sabía con certeza que Miguel no podía ser un asesino. Pero ¿Acaso la pasión me cegaba? ¿No era él, el único beneficiario de la muerte de su mujer?


Pasé el resto del día como una zombi. Mi estado de angustia era total. Empecé a dudar de Miguel ¿Por qué no había venido a verme el fin de semana? La última vez que estuvo conmigo en el hotel, se fue corriendo porque lo llamó Alejandra. No sé si en este momento me angustiaron más los celos o pensar que Miguel pudiera ser un asesino. Estaba triste. Empecé a pensar en la fugacidad del amor.
Me encerré en mi habitación, desconecté el móvil, no cené y lloré como no lo hacía desde mucho tiempo. Me sentía desgraciada y sola. Por las noches todo se ve peor de lo que en realidad es. Los demonios acuden a la mente y empiezan a machacar el cerebro. Tuve pesadillas  de Miguel y una chica joven con la cara de Alejandra. Se reían de mí. ¿Cómo un hombre como Miguel se iba a enamorar de mi, comparándome con una modelo veinte añera ?  Empecé a pensar si merecía la pena a mi edad, con 43 años y  mucho vivido, tener aquella aventura y exponerme a sufrir penas de amor que pensaba ya superadas. ¿Cómo le iban a gustar a Miguel mis pechos, que habían amamantado durante meses a mi hija? ¿Cómo le iba a gustar mi vientre que ya no era todo lo plano de debería y mi cara, donde los primeros surcos de la edad se pintaban sin piedad? ¿Y mis manos con sus incipientes pequitas oscuras?


Con los primeros rayos de sol, me ánimo mejoró un poco. No podía ser tan mal pensada. El amor de Miguel era real. Y si no era amor, era una atracción que sin duda yo no podía negar. No me apetecía subir al gimnasio, por lo que hice unos cuantos estiramientos, me duché y bajé a esperar a Pons.
























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