15 de febrero de 2010

Capítulo Veintiuno de "Asesinato en el Ampurdan"




Con la noche echada a perder por culpa de las amenazas de Blanchar, nos fuimos a dormir. Al día siguiente pensaba llamar a Pons y contarle lo de esa extraña pareja y las nuevas amenazas que había recibido del imbécil de Blanchar. Esta vez no me podía reñir, ya que para Pons, yo me había encontrado de casualidad a esos dos.
Me levanté muy tarde, sobre las doce del mediodía y lo primero que hice fue llamar al inspector. Como me había dado su móvil, ya no tenía que esperar a que la centralita de la comisaría me pasara con él.
-Hola, señorita Spinola.- el inspector tenía grabado mi número o se lo sabía de memoria, porque yo no había abierto la boca. Igual yo le gustaba.
-¡Hola inspector!
-¡Mire que casualidad! Pensaba llamarla ahora mismo. Tengo noticias muy importantes y que dan una nueva perspectiva al caso. La señorita Alejandra es hija natural de la muerta.-
-¿Qué? ¡Esto si que no me lo esperaba! ¿Y como lo ha descubierto? ¿Y Alejandra lo sabía?- las preguntas se agolpaban en mi cabeza.
-Ha sido la misma señorita Alejandra quien nos lo ha comunicado. Ella no sabía que Tatiana fuera su madre, al menos es lo que ha declarado.- Ahora me acordaba del parecido que yo noté aquel día cuando las dos estaban en el jacucci.
-Siga, inspector, por favor, estoy intrigadísima.-
-Alejandra Jiménez se crió con una familia adoptiva. Quien en realidad nos ha comunicado que era la hija de la señora Martí, ha sido la mujer que la adoptó, al leer en los periódicos la muerte de la madre biológica. En un primer momento no relacionó el nombre de Tatiana Martí con el de la madre de Alejandra, ya que todo el mundo la llamaba por el apellido de casada. Pero en algún diario leyó el verdadero nombre, Tatiana Carreras y ató cabos. Ella conservaba el certificado de nacimiento de Alejandra. Al ver la inmensa fortuna que podría heredar la chica, le contó lo de su verdadera madre. La mujer dice la verdad, pero yo creo que Alejandra sabía hacia tiempo que Tatiana era su verdadera madre.- Pons paró un momento y oí a través del móvil como se encendía un cigarrillo. –Ahora Alejandra está en Madrid, pero esta tarde vendrá a Barcelona a prestar declaración.  Como verá, las cosas cambian bastante si es ella quien hereda el dinero de su madre. Tenía un móvil para matarla, aunque la madre adoptiva niega habérselo comunicado hasta ayer mismo.-
-Ve inspector,- le contesté contenta de que mis sospechas fueran por buen camino- Estoy convencida de que Blanchar y Alejandra son los asesinos.-
-Mire, señorita Spinola, las cosas se tienen que demostrar. No podemos acusar a nadie sin pruebas. Ahora perdóneme, pero tengo que colgar, me llaman por otra línea. Ya la llamaré mas tarde.-
No me había dado tiempo de decirle que yo también estaba en Madrid y que los había visto juntos y que Fernando Blanchar me había vuelto a amenazar y esta vez empleando la violencia con mi brazo. Bueno ya se lo contaría cuando volviera a llamarme. Hice la maleta y fue a tomarme un café con María y a contarle las nuevas noticias de la herencia de Alejandra. Ahora ya entendía todo lo que le había contado a María la noche anterior en la discoteca. El que se iba a quedar con un palmo de narices era Miguel. Ya no iba a heredar la inmensa fortuna de su mujer. Suponía que la legítima sería un buen pico, pero la parte gorda del pastel, iría a parar a Alejandra.
Después de despedirme de María y prometerle otra vez a alguien más que no me metería en líos, José Luis me acompañó a Barajas para coger el Puente Aéreo. Mientras esperaba en la sala de embarque, telefoneé otra vez al inspector y esta vez si pude hablarle del encuentro “casual” en Madrid con Alejandra y Fernando Blanchar. El hombre se tragó que había sido pura coincidencia que me topase con esos dos en la discoteca. Se puso como una furia contra Blanchar cuando supo que me había amenazado y prometió hacer algo para que no cumpliera sus promesas de amenazas contra mi persona. Realmente se preocupaba de mí, el inspector.
Ya iba a embarcar, cuando sonó mi móvil. Era Miguel.
-Blanca, ¡Hola! ¿Cómo estás?-
-¡Hola Miguel! Perdona tengo que dejarte, Estoy embarcando en un avión. Cuando llegue a Barcelona te llamo.-
-¿Dónde estás?
-En Madrid, cuando llegue a Barcelona te llamo y colgué.- no pude decirle nada más porque la azafata me miraba con cara de pocos amigos y me hacía señales para que apagase el móvil.
El trayecto se me pasó volando, nunca mejor dicho. Estaba acabando “Muerte en el seminario” de P.D. James  y estuve todo el viaje enfrascada en la lectura. Siempre me pasa lo mismo, cuando estoy concentrada en un libro que me gusta mucho, desaparece todo a mi alrededor y me convierto en una especie de autista literaria.
Solo en un momento del vuelo, me distraje y saqué mis ojos del libro. Fue cuando la azafata me trajo un café con leche que le había pedido. Me hubiera gustado tomarlo con un cigarrillo, pero en pleno vuelo con las normas vigentes de aviación, los fumadores no podíamos saborear el placer del café con el del tabaco. Como estaba ardiendo y no tenía nadie al lado que pudiera molestar, salí un momento del asiento y fui al lavabo. Tenía las manos sucias de leer el periódico. Cuando volví a mi asiento y me dispuse a beber el café con leche con el sacrificio de tomarlo sin tabaco, noté que sabía raro. El café era malísimo, así que dejé más de la mitad. Igual no estaba bien enjuagada la taza.
El avión aterrizó placidamente en el Prat y sin pasar por la recogida de maletas, llevaba una bolsa de mano, me dirigí hacia la cola de taxis que esperaban a los pasajeros del Puente Aéreo. Pero no llegué a cruzar la puerta. A pie de las escaleras estaba Miguel esperándome.
-¡Miguel! ¿Qué haces aquí?- Y le di un beso. El hombre me daba un poco de pena, ahora que sabía que no iba a ser rico.
-Cuando te he llamado me has dicho que estaban en Madrid, a punto de embarcar y como tenía ganas de verte, te he venido a buscar. Además recuerda que tengo unos libros para ti.- mientras decía esto cogió mi bolsa de mano y me comentó:
-¿Sabes a quien he visto bajando por la escalera antes que tú?-
-¡No tengo ni idea!- le respondí.
-A Fernando Blanchar, el no me ha visto y como no me cae demasiado bien y no le he saludado.-
-Pues debía de venir en mi mismo avión, ya que ayer por la noche me lo encontré con Alejandra en una fiesta en Madrid.-
-¿Con Alejandra Jiménez?- preguntó extrañado.
-Si, y los vi muy acaramelados - eso era invención mía.
Supongo que no le dio más importancia, porque se me acercó y me dio un beso bastante intenso.
-Ven, vamos a tomar aquí mismo una copa de cava, para celebrar que estás aquí conmigo.- me dijo cariñoso.
Me hubiera gustado tomarla en otro sitio, no en el aeropuerto, pero tampoco era cuestión de chafarle la idea.
Mientras Miguel pedía una botella de cava en el mismo bar del aeropuerto, me fui al lavabo a lavarme las manos y pintarme un poquito, la ocasión lo merecía. No era que me regodease que se hubiera quedado sin herencia el pobre, sino porque ahora estaba segura de que él no tenía nada que ver con la muerte de su mujer.
Hacía calor y el cava tan fresco me entró perfectamente. Nos dirigíamos al aparcamiento del aeropuerto, cuando me entraron unos retortijones terribles.
-Miguel, me encuentro mal, tengo ganas de vomitar.-

-¡Ven, métete en el coche y estírate! Te llevaré a mi casa y te echas un rato.- me contestó solícito.
Pero no pude ni entrar en el coche. Me aparté detrás de una furgoneta que estaba allí mismo aparcada y saqué las entrañas, el desayuno y la cena del día anterior. Ya un poco repuesta, pero con el cuerpo hecho polvo, me dejé llevar por Miguel.
Debí quedarme dormida o desmayada, pues cuando desperté estaba en su cama y era de noche. ¿Cómo era posible? Había llegado a Barcelona a las dos del mediodía. ¿Qué me había pasado?
Fui al cuarto de baño y el espejo me devolvió una imagen que no reconocí. Estaba blanca como una muerta y tenía unas ojeras que parecían bolsas de cubitos azules. ¿Qué podía haber tomado que me había sentado tan mal? Yo tenía un estómago a prueba de bomba. La cena del Joy había sido excelente y ya habían pasado muchas horas. En casa de María solo había tomado un café con leche y luego ya no había comido nada más. ¡Claro el café con leche del avión! Había estado tan abstraída leyendo a P.D. James, que ahora me acordaba que el café que me habían servido sabía raro. Me acordé precisamente de unos de los libros de esa autora, que había leído hacía tiempo, una mujer mataba al marido poniendo arsénico en el café y el policía que descubría el cadáver detectó un fuerte olor a ajo en la taza. Pero, ¿Olía a ajo el café con leche del avión? Debía estar obsesionada con el arsénico y los asesinatos. En ese momento entró Miguel.
-¿Cómo te encuentras?-
-Mejor, gracias.-
-Vaya susto me has dado.-
-Miguel, sé que no me vas a creer, pero creo que han intentado envenenarme.- dije muy convencida.
¿Pero que dices? ¿Estás loca? ¿Quién y porque razón te iban a envenenar? Debes de haber comido algo que te ha sentado mal o puedes haber cogido un virus intestinal.- me respondió serio y un poco enfadado.
-Mira, Miguel, ya se que no es normal, pero no he comido nada raro que me haya podido sentar de esta manera.- le contesté enfadada. – Estoy convencida que Fernando Blanchar ha intentado matarme o al menos, darme un susto. Tú me has comentado que venía en el mismo vuelo que yo. Lo que no sé es como lo ha hecho. Yo estaba completamente distraída leyendo una novela cuando me han traído un café con leche. En ese momento he ido al lavabo y cuando he vuelto me lo he tomado. Pero sabía mal y he dejado la mitad. Igual Blanchar, aprovechando la ocasión cuando he ido al lavabo, ha puesto veneno en la taza sin que nadie se diera cuenta.-
-Es un poco rebuscado, ¿No crees? Pero bueno puede ser.- su actitud había cambiado, ahora parecía como si me creyera.
-Voy a llamar al inspector Pons.- le dije sin esperar su aprobación.
-Blanca, piénsatelo bien. Igual es algo que te ha sentado mal, como ya te he dicho antes. ¿Por qué te iba a querer envenenar Blanchar? Me parece que ves fantasmas donde no los hay, pero si quieres llamar al inspector, adelante.-
- Me da lo mismo que Pons me tome por una paranoica. Voy a llamarle. ¡Ah, por cierto! ¿Tienes algún frasco?- me miró con cara de extrañado, pero sin comentar nada se dirigió a la cocina, abrió un armario y me acercó un frasco vacío, que debía de haber sido de salsa de tomate.
-Voy a esterilizarlo y hacer pis. Quiero que Pons lo haga analizar, a ver si es verdad que yo tengo razón.- Miguel me dejó por inútil y no insistió más. Si me creía aprensiva e hipocondríaca era su problema. Dicho y hecho. Mientras yo hervía el frasco y metía mis residuos líquidos en el bote, Miguel llamó a Pons. No quería ni imaginarme la cara que iba a poner el inspector cuando me viera en casa de Miguel, pero a esas alturas ya no iba a disimular mi relación con él.
No supe que llegó a comentarle Miguel a Pons, pero el caso es que en media hora lo teníamos en la casa y no preguntó que hacíamos juntos. Entró en el salón y lo primero que hizo fue venir a mi encuentro y preguntarme como me encontraba. Se le veía francamente preocupado por mí. Cuando ya se quedó tranquilo de mi aspecto físico, le contó a Miguel lo de Alejandra, que era la hija natural de Tatiana y por lo tanto su legal heredera. Miguel le contestó que ya lo sabía, pues habían llamado los abogados de Tatiana para decírselo, después de  que la madre adoptiva hubiese aclarado el tema con la policía y con ellos mismos. Pero como en ese momento la prioridad era yo, Miguel le dijo a Pons que ya hablarían del tema en otra ocasión.
Le conté al inspector otra vez mi encuentro con Blanchar y Alejandra en Madrid, le enseñé mi brazo morado y le hablé de mi sospecha del café con leche al avión y Blanchar en el mismo vuelo. Así mismo le relaté lo mal que me había encontrado y gracias que había vomitado, porque sino ya me veía muerta.
El inspector tomó nota de todo pero apenas habló. ¿Qué coño le pasaba? Parecía como si estuviera enfadado conmigo. ¿O es que estaba celoso de Miguel? Y con el frasquito de pis en la mano, se marchó para llevarlo a analizar.
No me encontraba con ánimos de coger el coche y volver al Ampurdan. Lo que más deseaba era quedarme en la cama con Miguel y aunque no tenía el cuerpo para mucha marcha, si lo tenía para mimos y cuidados. Volví a vomitar un par de veces en el transcurso de la noche, pero a la mañana siguiente ya estaba repuesta.
Llamé a Manuela y le dije que si no me necesitaba, me quedaría en Barcelona. Le conté que estaba en casa de Miguel y se quedó callada, como pensando. Al cabo de unos segundos me dijo:
-Mira niña. Yo ya te lo decía que estaba coladita por el hombre ese. A mi no me gusta, pero a quien tiene que gustar es a ti. Además ya eres mayorcita.- su voz tenía un tono de cierto sarcasmo. – No te preocupes, entre Laura y yo tenemos el trabajo controlado. Ya te llamaré si hay algún problema. ¡Ah, me olvidaba! Ha llamado Diego. Sale hoy del hospital y se va mañana a Suiza. Llámale, quería hablar contigo.- Y sin decir nada más, colgó el teléfono.
¡Me había olvidado de mi Diego! Llamé al hospital y el muchacho con su voz cantarina se alegró de oírme. Cuando ya me estaba despidiendo y deseándole que volviese pronto conmigo, me dijo:
-¡Ah, Blanca! ¡Se me olvidaba! El otro día cuando viniste con el inspector no me acordé de una cosa, pero luego me vino a la memoria. Igual no es importante, pero como me dijo que cualquier cosa que recordase, por tonta que fuera, que se la dijese.-
-¿Y que es?-
-Pues que cuando estaba vigilando el bungalow de la señora Martí, antes de que llegara la policía, apareció Alejandra por el pasillo y me mandó a buscar tabaco. Estaba muy nerviosa y me dio pena, pero fue ella quien me dijo que se quedaba a vigilar, no se lo pedí yo. Insistió mucho con lo del tabaco y como yo tenía que hacer pis, la obedecí. Sino no hubiera dejado de vigilar como tú me mandaste.- No entendía porque me estaba contando otra vez eso, ya lo sabía.
-Pero no es eso lo que quería explicarte, sino que cuando la dejé apostada en la puerta iba sin nada en las manos y luego cuando a traerle el tabaco, tenía un bolso colgado del hombro.-
-¿Estás seguro, Diego?- Esta vez si que pensé que lo que me estaban contando era muy importante. -Me he enterado que Alejandra era la hija natural de Tatiana. Ella va a heredar toda la fortuna de su madre. Tenía un motivo para matarla. Podría ser que fuera ella quien después de envenenarla la noche anterior, entrara en la habitación mientras tu estabas en el lavabo o buscándole el tabaco, y cogiera las botellas del veneno, se las pusiera en un bolso que había dejado en la habitación de la victima la noche anterior y luego las hiciera desaparecer con Manuel García.-
-¡Estoy seguro!- Contestó Diego. - Era ese bolso de no sé que marca que a ti te gustaba tanto.-
-Si, el Hermès.- Mientras hablaba con Diego me fijé que Miguel no paraba de mirarme y prestar atención a mi conversación. Como me molesta la indiscreción, giré mi cuerpo y bajé el tono de voz, mientras Diego seguía hablándome:
-¡Bravo Blanca! Me juego el cuello que es así como pasó. ¿Quieres que llame al inspector y se lo diga?-
-Si, Diego hazme el favor. Yo ahora no puedo. Llámalo inmediatamente al móvil- y le di el número.- Cuando hayas hablado con Pons, me vuelves a llamar y me comentas lo que te ha dicho. ¿Vale?-
Y así lo hizo. Al cabo de unos minutos, Diego me llamó y me contó que Pons ni se inmutó al saber lo del bolso. Que era una posibilidad que iba a investigar, pero no dijo nada más. ¡Vaya con Pons! Le brindábamos el trabajo detectivesco en bandeja y no nos hacía ni caso. Pero a mí que más me daba. Iba a pasar un día con Miguel y eso en ese momento era lo más importante para mí.

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