22 de febrero de 2010

Capítulo Veintidós de "Asesinato en el Ampurdan"

22

Fue un fin de semana raro. El sábado me desperté muy recuperada de mi posible envenenamiento. Si había sido Blanchar quien me quería envenenar, no se había salido con la suya. Me acordé de lo que decía Paracelso, el célebre alquimista del siglo XVI. “Nada es veneno, todo es veneno, la diferencia está en la dosis”
Blanchar debía de haber calculado mal la dosis en el café. Pero de todas maneras tampoco tenía muy claro como había conseguido meterlo en mi taza durante el trayecto de avión. Mientras estaba con estos pensamientos, apareció Miguel con unas tostadas y jamón dulce  y un zumo de naranja. Depositó la bandeja en la cama y me dio los buenos días. Pero ni tan siquiera me besó. Estaba raro. Creí que mi ataque de histerismo hipocondríaco no le había sentado bien. Los hombres piensan que solo ellos se pueden quejar de la salud.
No sé muy bien si fue esa actitud que noté en él, pero deseaba marcharme a mi casa, con mi Manuela. Pero no supe encontrar el momento para decirle que me iba. ¡Que fugaces son los deseos y los amores! ¿Por qué estaba cambiando mi manera de pensar y de sentir hacia él? Decidí no comerme el coco y aprovechar el día en Barcelona.
Al medio día nos fuimos a la calle. Antes del 92, Barcelona vivía de espaldas al mar, pero a raíz de los Juegos Olímpicos,  la ciudad se había abierto al Mediterráneo. La villa Olímpica con sus torres gigantes y el Moll de la fusta, y las playas de la Barceloneta que habían limpiado su cara, invitaban a los paseantes a deambular por esos espacios  sin nada más que hacer que recrearte en el horizonte.
Comimos al aire libre, en un restaurante de la Barceloneta a pie de playa. Mi estómago aún seguía un poco resentido, por lo que en vez de tomarme una paella que es lo que me apetecía, me resigné con un salmón con salsa, que tampoco estuvo nada mal. Eso si, dos botellas de vino blanco nos las bajamos en un plis plas. Como hacía un día espléndido, nos echamos en la playa del Bogatell a dormirla siesta y a tomar un poco el sol, que ya me convenía, después de  recordar mi imagen en el espejo esa misma mañana.
Por la noche nos quedamos en su casa y estuvimos repasando todos los acontecimientos en torno al asesinato de su mujer. Le conté mi extrañeza en cuanto a las botellas desaparecidas y la relación que yo suponía entre Alejandra y Fernando Blanchar.
El domingo, como volvía hacer un día excelente, nos fuimos a la playa de Castelldefels. Casteldefels es un pueblo cercano a Barcelona, a 15 minutos, con una playa enorme donde en primavera sobra más sitio que falta. Estaba tan completamente repuesta de mi posible envenenamiento, que creía que debería haber sido una simple gastroenteritis. ¡Que tontería hacer analizar mi orina! Seguro que Pons se iba a reír de mí y de mis absurdas sospechas. En ese momento me pareció completamente descabellado que Blanchar me quisiera envenenar.
El lunes, después de dejarme en mi coche, Miguel volvió a su trabajo y yo al Ampurdan. Me había olvidado de mis resquemores pero seguían ansiando regresar a mi casa y a mi libertad. Mis sentimientos estaban confusos. Quería alejarme de Miguel y volver a la soledad de Ampurdan. No podía negar que lo había pasado bien esos dos días, pero añoraba mi cama, mis libros y a mi Manuela. ¡Que rara me estaba volviendo! ¿Cómo podía conjugar la tristeza de dejar a Miguel con la alegría de volver a mi casa? Claro que nadie ha dicho nunca que los sentimientos tengan sentido.
Cuando llegué el lunes por la mañana, el hotel volvía a estar en calma. Los huéspedes del fin de semana ya se habían ido, el personal contratado hacía su fiesta semanal y solo Manuela estaba esperándome.
Después de charlar un rato con Manuela, subí al gimnasio a hacer un poco de deporte. Estaba encima de la cinta de footing, cuando entró Manuela diciéndome que había llamado el inspector Pons que venía a verme. Que no me moviera del hotel ya que era muy importante lo que tenía que decirme.
-Pero Manuela, ¿No te ha dicho nada más?- pregunté extrañada.
-No, niña que no. Solo sé que me ha mandado decirte que no te muevas que en una hora estará aquí.-
Mas sorprendida que asustada, corría a ducharme y a vestirme. Ya en mi despacho, me puse a esperarle cogiendo facturas y papeles atrasados. Cuando golpeó la puerta pidiendo permiso para entrar, me pescó con el teléfono en la mano. Le hice señas de que se sentara en la silla delante de mi mesa. Mientras tenía el teléfono en la oreja y oía a un cliente que me estaba reservando un bungalow para no se que día, me fijé detenidamente en Pons. No estaba nada mal el poli. Pons era macizo y musculoso. A pesar de ser algo bajito, estaba en buena forma física, tenía espaldas anchas  y su cara mostraba una sonrisa burlona e intrigante bastante atractiva. Su actitud era desenvuelta y llevaba la experiencia de la vida pintada en la cara. Comparado con Miguel,  éste parecía mucho más macho. Miguel tenía ojos azules y cara de niño bueno, era algo más alto y delgado y parecía más espiritual. No sabía muy bien por que los comparaba, pero con Pons sentado delante de mí, la cara de Miguel se me olvidaba y no conseguía retenerla en mi memoria. Pons llevaba unos tejanos azul claro, un polo gris marengo y una americana color camel, que a simple vista me pareció de cachemira.
-¡Buenos días, señorita Spinola! ¿Cómo se encuentra?- me dijo una vez hube colgado el teléfono.
-Perfecta, inspector, siento que me asustara, pero debió de ser una gastroenteritis o un virus estomacal.- le dije avergonzada de mi paranoia de envenenamiento.
-De eso nada. El análisis ha dado positivo en arsénico. Lo único que pasa es que la dosis no era la suficiente como para matarla. Gracias a Dios, usted pesa algo más que la difunta y la dosis no fue mortal.-
-¿Qué?- atiné a decir lívida de pánico. ¿Así que es verdad que me querían envenenar? ¿Por qué?-
-Supongo que por el tema de las botellas azules que usted vio. Esas botellas son la prueba material de que la señora Martí fue envenenada. Usted y Diego son los únicos  que las han visto en el escenario del crimen. Su declaración es muy importante a la hora de acusar a alguien. También usted vio quien se las llevó. Por eso quieren eliminarla o quizá asustarle, para calle.
-Inspector, si es así ¿Qué va hacer?- esperaba oír soluciones por parte del poli.
-Tranquila, tranquila.- y me rozó la mano en señal de cariño y protección. – De momento estamos interrogando a las auxiliares de vuelo del Puente Aéreo, pero nadie vio nada. Mire, actualmente la toxicología ha avanzado una barbaridad. Con la tecnología de detección de tóxicos es imposible que un veneno no deje rastro. Por ahora no hemos encontrado ningún resto en las tazas del avión, pero seguimos trabajando en ello. Si el señor Blanchar iba en el asiento de atrás suyo y en un momento de distracción le puso el veneno en el café, lo descubriremos. Alguien debió de verlo. Es difícil pero no imposible. ¿Se levantó usted en algún momento de su asiento? O ¿Bebió o comió algo luego para encontrarse indispuesta?-
-Si, creo recordar que cuando estaba en el avión fui un momento al lavabo. Lo que no me acuerdo es si fui antes o después de que me trajeran el café ese tan raro.-
-¿Se encontró entonces mal, en el avión?-
-No, en el avión estaba perfectamente. Empecé a notar malestar después de tomarme una copa de cava. Primero lo achaqué a un corte de digestión. El cava estaba muy frío y …- en ese momento Pons me interrumpió.
-¿Cuándo tomó cava? Eso no me lo ha dicho-  me dijo alzándome la voz.
-Inspector, lo siento, se lo digo ahora. Lo había olvidado. Cuando vino a verme el otro día a casa del señor Martí, no me acordé. El señor Martí vino a buscarme al aeropuerto y allí mismo nos tomamos una copa de cava.- le contesté a punto del lloro.
-Esta bien, perdóneme, por favor. De cuando en cuando me sale el mal genio que tengo. Pero mi obligación es protegerla y averiguar quien la quiere matar. Y no saber todos los datos me saca de quicio.
-Gracias, le dije emocionada.- Me estaba llegando al alma que alguien se preocupase tanto de mí. -¡Por cierto, inspector! ¿Dónde están ahora Blanchar y Alejandra?
-Blanchar ha desaparecido. Pero ya lo encontraremos, no se preocupe. Hemos pinchado su teléfono y hay policías vigilando su casa y la discoteca donde trabaja, por si aparece por ahí. En cuanto a la señorita Alejandra está en Madrid y vendrá esta noche o mañana a Barcelona. La estamos siguiendo. Quiero ver que movimientos hace. De momento no quiero que sepa que sospecho de ella. Es mi principal sospechosa. Se va a llevar un montón de dinero.- Pons se levantó de la silla y se dirigió a la ventana. – Voy a poner vigilancia aquí en el hotel, no sea que alguien, Blanchar o quien sea, quiera venir a hacerla una visita otra vez.- dijo mirando al jardín. –Por favor le ruego, que no salga de hotel sin decírmelo.-
-Pero inspector, tengo que trabajar. Debo ir a comprar al mercado  y hacer miles de cosas.- protesté.
-Que se las traigan. Llame por teléfono o haga la compra por Internet, me es igual, pero no salga del hotel hasta que yo se lo diga. ¿Me ha entendido? En este momento Blanchar es peligroso, le recuerdo que la ha amenazado, y no sabemos donde está. No sé si fue él quien quiso envenenarla, pero prefiero ser precavido.- ¡Por cierto! Diego me llamó ayer y me comentó lo del bolso de la señorita Alejandra. Es posible que mientras el muchacho iba al lavabo y después de buscar los cigarrillos, ella entrara el la habitación metiera las botellas en un bolso. Pero esto por favor, debe quedar en secreto entre Diego, usted y yo. Como ya le he comentado le hemos puesto seguimiento.- Pons se levantó de la silla y volvió a mirar por la ventana. – Bueno,  me marcho-
-¿Ya se va?- le pregunté decepcionada.
-Le dejo dos policías de paisano en el hotel. Uno estará por recepción y el otro por el jardín. Ya la llamará, ahora voy a dar instrucciones a esos hombres.-dijo Pons dándome la mano a modo de despedida y saliendo por la puerta después.
Desde la ventana de mi despacho pude ver al policía que se había sentado en el banco a la sombra del sauce. El tener a policías vigilando mi casa, me provocó una cierta incomodidad. Me gusta la soledad y pensar que iba a estar no se cuantos días con dos personas pisándome los talones, me enfurecía en gran manera. Me premiaba más la libertad de no estar vigilada que la posible amenaza que se cernía sobre mí.
Pons se estaba excediendo en su celo profesional, al parapetar de esa manera mi amada libertad.
Aparté de mi mente a Pons y su santa madre y me dediqué a pensar en toda la información que ya tenía del caso. Ahora ya sabía porque quería Blanchar asustarme o matarme. Yo había visto las botellas azules y Diego el bolso de Alejandra, él debía de ser el amante de Alejandra y la ayudó en desprenderse de las botellas. Pero aún tenía muchas dudas e incógnitas en mi cabeza. ¿Cómo habían obligado a Tatiana a ingerir el veneno? ¿Cómo se habían desecho de las botellas? Tenía un sinfín de preguntas sin respuesta. Y más que nada como sabían Blanchar o Alejandra que Diego y yo éramos testigos de lo anterior?  La prensa no había mencionado nada sobre donde se encontraba el veneno y el Juez había decretado el secreto de sumario. En teoría lo del bolso de Alejandra solo lo sabíamos la policía, Diego y yo. ¿No se lo habríamos contado a alguien más?
Cogí lápiz y papel y empecé a hacer un pequeño esquema de toda la trama.

-SABADO TARDE- Tatiana, Blanchar y Alejandra se van de compras. A última hora aparece Manuel García con las maletas “perdidas” de Alejandra, con su coche rojo de llantas doradas.
-SABADO NOCHE- El matrimonio Martí y Alejandra y Fernando Blanchar salen a cenar. A su regreso sobre la una de la mañana el matrimonio se pelea y Miguel parte a Barcelona. Los otros dos declaran que van a sus habitaciones, pero la juerga en el bungalow de Tatiana continúa hasta las dos de la mañana. ¿Con quien?
-DOMINGO- Sobre las dos del mediodía Miguel y Diego encuentran el cadáver. – Yo veo botellas azules al lado de la muerta.  Durante 6 minutos Alejandra se queda vigilando el bungalow, al mandar a Diego a por tabaco. Cuando le ordena que se vaya a hacerle el recado no lleva nada en las manos, pero al regresar Diego tiene un bolso grande colgado de su hombro. – Al entrar la policía en la habitación las botellas han desaparecido.-
Anterior a la llegada de la policía veo el coche rojo de García por el sendero, y ya no le veo más. ¿Se lleva él las botellas que le ha pasado Alejandra?
-DIAS SIGUIENTES-
Diego sufre un accidente provocado por el golf rojo.
Aparece el dichoso golf rojo y su ocupante Manuel García despeñado por un barranco y con un tiro en la cabeza.
Blanchar me amenaza
Alejandra y Blanchar se ven en Madrid.
Se descubre que Alejandra es la hija de Tatiana. Principal beneficiaria de su fortuna. ¿Sabía Alejandra que Tatiana era su madre? ¿Lo preparó todo para matarla y después aparecer como la pobre hija que no sabía quien era su verdadera madre?
Intentan envenenarme, probablemente Blanchar en un descuido mío en el avión.

Estuve releyendo este esquema un buen rato, y de repente me vino la luz. Estaba claro que se me había pasado por alto lo del coche de Manuel García en el hotel en mi declaración a la poli el mismo día del asesinato. Alejandra debía de haber dado el bolso con las botellas y eso yo no se lo había contado a Pons.

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